Page 224 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 224
218 EXPEDICION A PERSEPOLIS
acampó allí; a la mañana siguiente, se aventuró a internarse en los estrechos
desfiladeros, flanqueados por enormes rocas, para atacar las murallas que cerraban
el paso a su tropa; fué recibido por una granizada de piedras lanzadas con honda
y de dardos, mientras grandes rocas se desprendían de las alturas; un enemigo
enfurecido le acosaba por tres partes; en vano intentaban algunos escalar las
rocas: la posición del enemigo era inexpugnable. En vista de ello, Alejandro se
retiró a su campamento, situado a una hora del paso.
Su situación no era fácil. Aquel paso era el único que conducía a Persépolis;
había que tomarlo, costara lo que costara, si no se quería que se produjese una
peligrosa interrupción; pero todo parecía indicar que contra aquellas paredes de
roca se estrellarían los supremos esfuerzos del arte y del valor. Y, sin embargo,
todo dependía de la conquista de aquel desfiladero. Alejandro se informó por los
prisioneros de que aquellas montañas estaban cubiertas en su mayor parte de
espesos bosques, que sólo había unas pocas veredas peligrosísimas que condujesen
al otro lado, doblemente difíciles de pasar ahora por la nieve que cubría las mon
tañas, pero que, sin embargo, sólo por ellas era posible evitar el paso por el
desfiladero y llegar al terreno ocupado por Ariobarzanes. Alejandro optó por
emprender esta expedición, tal vez la más arriesgada de toda su vida.
Crátero quedóse en el campamento con su falange y la de Meleagro, con
una parte de los arqueros y quinientos hombres de caballería, aleccionado para
que, por medio de los fuegos de los vivaques y de todos los modos posibles,
distrajese la atención del enemigo y le impidiese darse cuenta de que había sido
desdoblado el ejército; cuando oyese sonar las trompetas de los macedonios al
otro lado de la montaña, debería lanzarse con todas sus fuerzas al asalto contra
las murallas que cerraban el desfiladero. Por su parte, Alejandro, a la cabeza
de las falanges de Amintas, de Pérdicas y Coino, de los hipaspistas y de los
agríanos, con una parte de los arqueros y la mayor parte de la caballería al
mando de Filotas, abandonó el campamento por la noche y, tras una marcha
penosísima de más de dos millas, escaló la montaña, cubierta de nieve. A la
mañana siguiente estaba al otro lado; tenía a su derecha la cadena montañosa
que terminaba en el desfiladero y flanqueaba el campamento del enemigo, a su
frente el valle que se abre para formar los llanos del Araxes, por los que cruza el
camino hacia Persépolis, a su espalda las montañas que habían atravesado con
tanto esfuerzo y que, caso de sufrir un descalabro, harían tal vez imposible la
retirada y la salvación de sü ejército. Tras un breve descanso, dividió en dos
partes sus tropas; mandó a Amintas, Coino y Filotas descender al llano con su cuer
po de ejército, tanto para tender un puente sobre el río en el camino hacía Persépo
lis como para cortar a los persas la retirada sobre esta ciudad, una vez que fuesen
dominados; mientras tanto, él, con sus hipaspistas, con la taxis de Pérdicas, la
escolta de la caballería y una tetrarquía de ésta, los arqueros y los agríanos, mar
chó hacia la derecha, en dirección al desfiladero; todo contribuía a hacer aque
lla marcha penosísima: los tupidos bosques de la montaña, una tormenta
violentísima, las sombras de la noche. Al amanecer sorprendieron a los primeros