Page 225 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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EXPEDICION  A  PERSEPOLIS                 219

       puestos  avanzados  de  los  persas,  que  fueron  abatidos;  los  de  la  segunda  línea
       de puestos  corrieron hacia la  tercera,  de  donde,  unidos  a los  de  ésta,  huyeron,  no
       hacia el campamento,  sino  hacia  la  montaña.
           En el campamento de los  persas  no  sospechaban siquiera lo  que estaba  suce­
       diendo;  creían  a  los  macedonios  abajo,  delante  del  valle;  permanecían  en  sus
       tiendas,  guarecidos  contra  el  temporal  de  invierno,  seguros  de  que  la  tormenta
       y la  nieve  hacían  imposible  todo  asalto.  De  pronto,  en  las  primeras  horas  de  la
       madrugada,  la  paz  y  el  silencio  del  campamento  viéronse  rotos  por  los  toques
       estridentes de las  trompetas macedonias en las alturas  de la  derecha,  a la  par que
       desde las  cumbres y  desde  el  fondo  del valle  resonaban  los  gritos  de  combate  de
       los  macedonios  atacantes.  Ya  se  había  situado  Alejandro  a  la  espalda  de  los
       persas  cuando  Crátero,  desde  el  valle,  desencadenaba  su  ataque  y  arrollaba  fácil­
       mente  las  entradas  del  desfiladero,  mal  defendidas;  los  que  huían  de  aquel  lado
       iban  a  estrellarse  contra  las  armas  de  las  tropas  que,  acaudilladas  por  Alejandro,
       avanzaban  por  la  parte  de  enfrente;  al  lanzarse  de  nuevo  sobre  la  posición
       abandonada,  la  encontraron  ocupada  ya  por  otro  tercer  contingente  de  tropas
       enemigas,  pues  Tolomeo  había  quedado  atrás  con  3,000  hombres  para  irrumpir
       desde  uno  de  los  lados.  El  campamento  vióse,  pues,  atacado  por  macedonios
       que  se  lanzaban  sobre  él  desde  todas  partes.  La  matanza  fué  atroz.  Los  que
       huían, despavoridos, iban a clavarse ellos mismos en las espadas de los macedonios,
       muchos  se  precipitaban  al  abismo;  todo  estaba  perdido  para  ellos.  Ariobarzanes
       logró abrirse paso; huyó con unos cuantos jinetes a la montaña y de allí, por cami­
       nos  secretos,  salió  por el  norte  a  las  tierras  de  la  Media.
           Tras  breve  descanso,  Alejandro  se  puso  de  nuevo  en  marcha  hacia  Persépo­
       lis;  dícese  que  por el  camino  recibió  un  mensaje  de  Tiridates,  el  guardián  de  los
       tesoros  del  rey,  pidiéndole  que  se  diese  prisa, para  evitar  que  los  tesoros  fuesen
       saqueados.  Para  llegar  antes  a  la  ciudad,  dejó  atrás  a  la  infantería  y  salió  al
       galope  con  la  caballería  solamente;  al  romper  el  día  llegaba  al  puente  tendido
       ya  por  la  vanguardia  de  su  ejército.  Su  llegada  imprevista  —casi  se  había  ade­
       lantado  a  la  noticia  de  la  batalla—  hizo  imposibles  toda  resistencia  y  todo  des­
       orden dentro de la ciudad;  ésta, los palacios  y los tesoros pasaron inmediatamente
       a  su  poder.  No  menos  rápidamente,  cayó  también  en  manos  del  vencedor
       Pasargadas,  con  nuevos  y  grandes  tesoros;  encontráronse  aquí,  en  grandes  mon­
       tones,  muchos  miles  de  talentos  de  oro  y  plata,  incontables  telas  preciosas  y
       grandes  depósitos  de  objetos  de  valor  de  todas  clases;  se  dice  que  fueron  nece­
       sarios  diez  mil  pares  de  muías  y  tres  mil  camellos  para  mover  todas  aquellas
        riquezas.
            Pero  más  importante  que  la  conquista  de  estas  riquezas,  con  las  que  Ale­
        jandro  arrebataba  al  enemigo  su  recurso  de  poder  más  importante  y  que  su
        largueza arrancó de aquellas bóvedas muertas en que yacían  inactivas  desde hacía
        tanto  tiempo  para  devolverlas  al  tráfico  de  los  pueblos,  era  la  posesión  del  país
        mismo  verdadera  patria  ae la  monarquía  persa.  En el  valle  de  Pasargadas  había
        derrotado  Ciro  la  dominación  persa,  erigiendo  allí,  en  recuerdo  de  la  gran  vic­
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