Page 227 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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EXPEDICION  A  PERSEPOLIS                 221

          Tal  vez  sea  éste  el  momento  oportuno  de  decir  algo  que  no  deja  de  tener
      importancia  en  lo  tocante  a  la  concepción  total  de  Alejandro  y  a  su  modo  de
      proceder.
          Si  lo  ocurrido  en  Persépolis  representaba  la  solemne  condena  a  muerte  del
      poder de los Aqueménidas y la  toma  de  posesión  formal  de  un  imperio  declarado
      vacante,  cabe  preguntarse  si  era  aquél,  precisamente,  el  instante  de  poner  en
      práctica  con  tan  enérgico  simbolismo  el  irrevocable  acuerdo,  de  ejecutar  la  sen­
      tencia  inapelable.  Si  la  batalla  de  Gaugamela  había  dado  al  traste  definitiva­
      mente  con  el  poder  de  los  persas,  ¿por  qué  Alejandro  había  tardado  medio  año
      en  dar  este  paso,  para  el  que  se  habrían  prestado  exactamente  igual  la  ciudad
      de Babilonia,  famosa  en  el  mundo,  o  la  ciudadela  real  de  Susa?  Y  si  lo  aplazó
      porque  no  creyera  haber  ganado  todavía  bastante  con  aquella  victoria  y  con  la
      ocupación  de  Babilonia  y  Susa,  ¿por  qué  atribuía  tanta  importancia  militar  y
      política  a  la  conquista  de  la  Persia,  cuando  todavía  la  Media,  con  su  capital,
      Ecbatana,  estaba  en  manos  de  Darío,  y  con  ella  los  vastos  territorios  del  norte  y
      el  este  del  imperio,  el  camino  más  corto  hacia  el  Tigris  y  la  gran  calzada  real
      desde  Susa  hasta  Sardes  y,  con  ella,  para  un  ejército  que  pudiera  levantarse  en
      la  Media  con  las  grandes  masas  de  caballería  de  las  tierras  del  este,  la  posibili­
      dad  de  romper la larga  y  tenue línea  militar  que  unía  a  Alejandro  con  Jas  satra­
      pías  occidentales  y  con  Europa?
        ■*  Las  tradiciones  que  tenemos  a  nuestra  disposición  no  son  tales  que  poda­
      mos  dar  por  supuesto  que  en  ellas  se  encuentra  relatado  todo  lo  esencial.  Son
      harto  elocuentes  cuando  se  trata  de  emitir  un  juicio  moral  sobre  Alejandro;  nos
      dicen,  en lo  que  a  sus acciones  militares  se  refiere,  lo  estrictamente  indispensable
      para  comprender  de  un  modo  sumario  cómo  se  desarrolló  la  trayectoria  de  sus
      campañas;  pero  nada  o  poco  más  que  nada  nos  dicen  acerca  de  su  conducta
      política,  acerca  de  los  motivos  en  que  ésta  se  inspira  y  de  los  objetivos  persegui­
      dos  por  él,  y  así  se  explica  que,  a  base  de  tales  informaciones,  haya  podido
      parecer justificada la idea de  que Alejandro  cruzó  el  Helesponto  con el  plan  puro
      y  simple  de  llegar  hasta  las  márgenes  del  Ganges,  río  desconocido  hasta  enton­
      ces,  y  de  marchar hacia  el  mar,  también  desconocido,  en  que  iban  a  verterse  sus
      aguas.
          La  respuesta  dada  por  él  después  de  la  batalla  de  Isos  a  las  proposiciones,
      tan pobres como altaneras,  del gran rey demuestra  que Alejandro creía  posible lle­
      gar  a  concertar  una  paz  y  nos  indica,  además,  en  qué  forma  y  sobre  qué  bases
      la  concebía  él.  Las  exigencias  formuladas  por  Alejandro  en  aquella  carta  deri­
      vábanse  de  la  situación  y  de  la  suma  de  los  hechos  históricos  que  la  habían  pre­
      cedido.  En  otro  tiempo  los  antepasados  de  Darío  habían  obligado  al  rey  de  Ma­
      cedonia  a  someterse  a  su  soberanía,  a  convertir  su  reino  en  una  satrapía  del
      imperio  persa;  habían  reclamado  a  los  estados  helenos  agua  y  tierra,  no  habían
      dejado  de  considerarse  como  señores  natos  de  los  helenos  y  los  bárbaros  de
      Europa y,  con  la  paz  de  Antálcidas,  y  a  base  de  ella,  habían  dictado  “órdenes”
      a los  estados  helénicos  para  que  éstos  las  acatasen;  cuando  el  rey  Filipo  luchaba
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