Page 221 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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EXPEDICION  A  PERSEPOLIS                  215

      por  modo  necesario  de  la  obra  por  él  emprendida  y  de  las  condiciones  impues­
      tas  por  su  triunfo.
                             EXPED ICIÓ N   A  PERSÉPO LIS
          Alejandro  proponíase  ponerse  en  marcha  cuanto  antes  —era  hacia  mediados
      de  diciembre—  para  ir  a  ocupar  las  ciudades  reales  de  la  Persia,  cuya  posesión
      llevaba inseparablemente unida, según la fe de aquellos pueblos, la dominación so­
      bre  el  Asia;  hasta  que  no  le  viesen  sentado  en  el  trono  de  los  grandes  reyes,
      ocupando  los  palacios  de  Ciro,  de  Darío  y  de  Jerjes,  no  existiría  para  ellos  una
      prueba  tangible  de  que  la  dinastía  de  los  Aqueménidas  había  sido  derrocada.
      Apresuróse,  por ello, a  poner en  orden los  asuntos  de  la  satrapía  cuya  capital  era
       Susa.  Confirmó  en su  cargo  al  sátrapa Abulites,  y  entregó  el  mando  de  la  ciuda­
       dela  a  Mazaro  y  la  jefatura  militar  de  la  satrapía,  con  un  cuerpo  de  tres  mil
      hombres,  a  Arquelao;  asignó  los  palacios  de  Susa,  como  futura  residencia  suya,
       a  la  madre  y  a  los  hijos  del  rey,  que  hasta  entonces  habían  estado  siempre  a
       su  lado,  y  los  rodeó  de  toda  la  pompa  que  correspondía  a  su  condición  real;
       se  dice  que,  al  partir,  dejó  a  algunos  sabios  griegos  en  la  corte  de  las  princesas,
       expresando el  deseo  de que aprendiesen el  griego  con ellos.  Ultimados  todos  estos
       preparativos, salió hacia  Persia al  frente  de  su  ejército.
           Entre  las  múltiples  dificultades  de  orden  militar  que  hacen  famosas  las
       campañas  de Alejandro,  no  es la menor la  que  suponía  el  orientarse  en  medio  de
       países  completamente  desconocidos  para  él  y  para  sus  tropas.  Ahora  el  ejército
       de  Alejandro  tenía  que  encontrar  el  camino  para  subir  desde  las  tierras  bajas
       hasta  el  alto  Irán,  para  internarse  en  un  país  acerca  de  cuya  estructura,  de  cuya
       extensión,  de  cuyos  recursos,  de  cuyos  caminos  y  de  cuyas  condiciones  climato­
       lógicas  no tenía el  mundo helénico,  hasta entonces,  ni la  más  remota  idea.  Claro
       está  que  Alejandro  procuraría  formarse  una  idea  aproximada  de  las  condiciones
       geográficas de los  territorios  a  que  se  dirigía  a  base  de  los  informes  recogidos  en­
       tre los persas  que le  rodeaban,  que  eran ya  muchos;  por lo  demás,  las  circunstan­
       cias mismas y las informaciones  recogidas  sobre el  terreno  se  encargarían  de  suge­
       rirle la solución concreta en cada  caso.
           Por el  momento  lo  que  le  interesaba  era  llegar  desde  los  llanos  de  Susiana,
       a  través  de  desfiladeros  extraordinariamente  difíciles,  hasta  las  ciudades  reales  de
       la alta Persia. El camino que Alejandro tenía que seguir o, mejor dicho,  el  camino
       que tenía que abrirse para él y sus tropas  era  el  que  solían  seguir las  expediciones
       de la  corte persa  entre  Susa  y  Persépolis.  Este  camino  atravesaba  las  ricas  llanu­
       ras  de  Susiana,  cruzaba  los  ríos  Copratas  (Disful)  y  Euleos  (Karun,  cerca  de
       Chúster), que se unían un poco más abajo  en el  Pasitigris  (Pequeño Tigris)  para
       verter sus aguas juntas en el mar Eritreo; atravesaba luego otros dos ríos cuyos nom­
       bres antiguos han perdido, el Yerahí,  cerca  de  Ram  Hormus,  y el  Tab  (¿Arosis?).
       Entre ambos queda enclavado  un paso  que  conduce  de  la  llanura  a  las  montañas
       y  al  que  los  antiguos  daban,  al  parecer,  el  nombre  de  paso  de  los  uxios.  Los
       uxios  moraban  unos  en  la  llanura  y  otros  en  las  montañas,  hacia  el  nordeste;
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