Page 217 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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ALEJANDRO  EN  BABILONIA                  211

      ciudad, la ciudadela y los  tesoros, y el rey de  occidente  entró  sin el  menor estorbo
      en la  sede  de  Semiramis.
          Una  vez  en  Babilonia,  Alejandro  concedió  a  sus  tropas  un  largo  y  merecido
      descanso.  Era  la  primera  gran  ciudad  verdaderamenje  oriental  que  veían;  inmen­
      sa por  su  extensión  y llena* délas  más  asombrosas  construcciones:  las  gigantescas
      murallas y los  pensiles  de  Semiramis,  la  torre  de  Belo,  en  forma  de  dado,  contra
      cuyas  recias  paredes  se  decía  que  había  querido  estrellarse  Jerjes,  loco  de  rabia
      por  la  vergüenza  de  Salamina;  la  muchedumbre  interminable  de  gentes  que
      afluían  allí  desde  Arabia  y  Armenia,  desde  Persia  y  Siria,   jpsplendor  y  la  sen­
      sualidad  de  la  vida  de  aquella  ciudad,  el  cambio  incesante  de  la  voluptuosidad
      más  refinada  y  de  los  placeres  más  escogidos:  todos  aquellos  encantos  verdadera­
      mente  legendarios y  capaces  de  aturdir  loá  sentidos  con  el  vértigo  oriental  aguar­
      daban  allí  a  los  hijos  de  occidente,  como  premio  a  tantas  fatigas  y  victorias.  El
      vigoroso  macedonio,  eF SSIvafe  tracio,  el  griego  de  sangre  ardorosa,  podían  beber
      allí  a  grandes  tragos  el  goce  de  triunfar  y  de  vivir,  tenderse  sobre  tapices  mulli­
      dos  y perfumados,  celebrar  sus  festines  babilonios  entre  cánticos  jubilosos  y  cáli­
      ces  de  oro,  mientras  su  ansia  desbordante  hacía  crecer  el  goce,  los  nuevos  goces
      atizaban los  ardientes  deseos  y  unos  y  otros  encendían  en  ellos  la  Sed  abrasadora
      de nuevas  hazañas y nuevas victorias.  Así comenzó el  ejército  de Alejandro  a  afi­
      cionarse  a la  vida  asiática  y  a  reconciliarse  y  fundirse  con  aquellos  a  quienes  los
      prejuicios  seculares  odiaban,  despreciaban  y  tildaban  de  bárbaros;  así  empeza­
      ron  a  entrelazarse  el  oriente  y  el  occidenté,  preparando  un  porvenir  eii  él  qué
      ambos  se  unirían  y  confundirían.
          Llamémoslo  como  queramos:  conciencia  clara,  afortunada  casualidad  o  con­
      secuencia  necesaria  de las  circunstancias, lo  cierto  es  que  Alejandro  acertó  en  las
      medidas  dictadas  por  él,  escogiendo  las  únicas  posibles  y  las  certeras.  *Aquí,  en
      Babilonia,  las  fuerzas  nacionales  eran  más  poderosas,  más  naturales  y  más  com­
      pletas a su modo que en ninguno  de los países  dominados hasta  entonces;  el  Asia
      Menor  hallábase  mucho  más  cerca  de  la  vida  helénica,  el  Egipto  y  Siria  eran
      asequibles  a  esa  vida  y  se  comunicaban  con  ella  por  medio  del  mar  común,  en
      Fenicia las  costumbres  griegas habíanse  introducido  desde  hacía  ya  mucho  tiem-
       po en las casas  de los  comerciantes  ricos  y de  muchos  príncipes,  y  en  el  país  del
       delta  del  Nilo  estas  costumbres  eran  conocidas  y  habíanse  aclimatado  ya  desde
       el  tiempo  de los  Faraones,  gracias  a  las  colonias  griegas,  la  vecindad  de  la  Cire-
       naica y las  múltiples  relaciones  que los  egipcios  mantenían  con  los  estados  de  la
       Hélade;  en cambio,  Babilonia se hallaba  al  margen  de  todo  contacto  con  el  occi­
       dente,  tierraadéñtro~y^ñcerra3a entre Tos  3os  ríos  del Aram,  país  que  tanto  por
      íaTnaturaleza  como  por  el  comercio,  las  costumbres,  la  religión  y  la  historia  de
       muchos  siglos,  apuntaba  más  bien  hacia  la  India  y  la  Arabia  que  hacia  Europa.
       Los  babilonios  seguían  viviendo  en  medio  de  una  cultura  antiquísima,  seguían
       escribiendo,  como  desde  hacía  siglos  y  siglos,  en  rasgos  cuneiformes  sobre  placas
       de  barro,  seguían  observando  y  calculando  el  curso  de  los  astros,  contaban  y
       medían con arreglo a  un sistema métrico consumado,  seguían  siendo  los  maestros
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