Page 215 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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BATALLA  DE  GAUGAMELA                    209

      acémilas  y  del  inmenso  bagaje  de  los  persas,  Alejandro  llegó  hasta  el  río  Licos,
      a cuatro horas de distancia del campo  de batalla.  Encontró  allí  un  caos espantoso
      de  enemigos  que  huían;  las  primeras  sombras  del  anochecer,  la  matanza,  que
      había  vuelto  a  arreciar,  el  derrumbamiento  de  los  puentes  sobre  el  río,  bajo  el
      peso  de  la  avalancha  que  pretendía  cruzarlo,  acentuaban  el  horror  de  aquellas
      escenas;  el  miedo  no  tardó  en  dejar  el  camino  libre  a  los  perseguidores  del  rey,
      pero  Alejandro  hubo  de  dejar  descansar  unas  horas  a  caballos  y  jinetes,  agota­
      dos por los esfuerzos de la  terrible jornada.  Como a  media  noche,  cuando la  luna
      estaba  ya  alta,  Alejandro  y  su  patrulla  de  persecución  pusiéronse  de  nuevo  en
      camino hacia  Arbela,  donde  esperaban  encontrar  a  Darío  y  a  sus  tesoros.  Llega­
      ron  a  aquella  plaza  durante  el  día,  pero  Darío  ya  no  estaba  allí;  cayeron  en
      manos  de  Alejandro,  en  cambio,  sus  tesoros,  su  carro,  su  arco  y  su  escudo,  los
      objetos  de  campaña  de  sus  grandes  y  un  enorme botín.
          Esta  gran victoria lograda  en los  llanos  de  Gaugamela*  sólo  costó  a  la  caba­
      llería  macedonia,  según  Arriano,  sesenta  muertos;  perecieron  en  ella  más  de
      1.000  caballos,  la  mitad  de  ellos  macedonios;  según  los  cálculos  más  altos,  los
      macedonios  perdieron  500  hombres,  cifras  verdaderamente  insignificantes  al  lado
      de  las  pérdidas  del  enemigo,  calculadas  en  30,000  y  hasta  en  90,000  hombres;
      para  comprender esta  enorme  desproporción,  hay que  tener  en  cuenta  dos  cosas:
      en  primer  lugar,  que  dado  el  excelente  armamento  de  los  macedonios,  eran
      pocos  los  que  caían  mortalmente  heridos  en  el  combate;  y,  en  segundo  lugar,
      que  la  verdadera  carnicería  empezaba  en  el  momento  de  la  persecución,  cuando
      el  enemigo  se  daba  a  la  fuga.  Todas  las  batallas,  no  sólo  las  de  la  Antigüedad,
      demuestran  que  las  pérdidas  del  enemigo  que  huye  son  incomparablemente  ma­
      yores  que  las  de  las  tropas  combatientes.
          Esta  batalla  dió  al  traste  con  el  poder  de  Darío.  Sólo  logró  rehacerse  y  re-
      agruparse  una  parte  muy  pequeña  de  su  ejército  destrozado:  unos  cuantos  miles
      de  jinetes  bactrianos,  los  restos  de  los  mercenarios  helénicos,  como  unos  2,000
      hombres  al  mando  del  etolio  Glaucias  y  del  fócense  Patrón,  los  melóforos  y  tro­
      pas  afines,  en  total  un  pequeño  ejército  de  unos  3,000  hombres  de  a  caballo  y
      3.000  de  a  pie.  Darío,  al  frente  de  estas  fuerzas  en  derrota,  huyó  sin  detenerse
      un  momento  en  dirección  nordeste,  por  los  pasos  de  la  Media,  hacia  Ecbatana.
      Allí  confiaba  en  estar,  al  menos  por  el  momento,  a  salvo  del  temible  enemigo
      y esperaría hasta ver si Alejandro,  satisfecho  con las  riquezas  de  Susa  y  Babilonia,
      le  dejaba  seguir  en  posesión  de  las  tierras  de  la  antigua  Persia,  separadas  por
      poderosas cadenas de montañas de las  tierras  bajas del Aram.  Si,  a  pesar de  todo,
      el  insaciable  conquistador  se  atrevía  a  subir  hasta  la  alta  ciudadela  del  Irán,  el
      plan  del  gran  rey  era  huir  por  las  estribaciones  septentrionales  de  la  altiplanicie,
      devastándolo  todo  a lo largo  y a lo  ancho,  hasta  Bactra,  último  refugio  de  su  im­
      perio,  tan  vasto  en  otro  tiempo.
          Otros  25,000  hombres —según  algunos, 40,000—  procedentes  del  gran  ejér­
      cito  en  derrota,  huyeron  hacia  el  sur,  en  dirección  de  Susa  y  de  Persia  y,  bajo  el
         *  Véase  nota  9,  al  final.
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