Page 367 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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NEARCO, AL FRENTE DE LA FLOTA 363
ma de a quién poner al frente de -aquella expedición por mar. Alejandro era lo
bastante audaz para lanzarse a la más audaz de las aventuras y estaba dispuesto
a disputar al propio océano su victoria, pero no podía ponerse personalmente al
frente de la flota para intentar aquella travesía, pues durante su ausencia en la
India habían ocurrido ya en el seno del imperio una serie de desórdenes y com
plicaciones que reclamaban apremiantemente su regreso. El camino por tierra
hacia Persia era difícil, y las tropas macedonias necesitaban de la dirección per
sonal de Alejandro, el único en quien tenían plena confianza, para atravesar
aquellas tierras desoladas y temibles. ¿A quién encomendar, pues, el mando de la
flota? ¿Quién reunía las condiciones necesarias de valor, pericia y abnegación
para salir airoso de semejante cometido? ¿Quién sería capaz de apaciguar los
prejuicios y el miedo de las tropas destacadas para servir en la flota, de matar en
ellas la angustiosa quimera de que se les iba a abandonar alegremente al pavoroso
elemento y de infundirles confianza en sí mismas, en su jefe y en el venturoso
final de su empresa?
El rey comunicó todas estas dificultades al leal Nearco y le pidió su consejo
sobre quién sería el hombre más adecuado para tomar el mando de la flota.
Nearco fué dándole un nombre tras otro, pero el rey los rechazó todos; unos por
que no le parecían lo bastante resueltos, otros porque no los consideraba suficien
temente leales para exponerse por él a tan grandes peligros, otros porque no se
hallaban bastante familiarizados con las cosas del mar o con el espíritu de las
tropas, o porque sentían con demasiada fuetza la nostalgia de la patria y de
las comodidades de una vida sosegada y apacible. Por último Nearco propuso
su propio nombre, según él mismo cuenta en sus memorias: “Yo, ¡oh rey!, acep
taría con gusto el mando de la flota y, con la ayuda de los dioses, procuraría
llevar a barcos y hombres sanos y salvos hasta las costas de Persia, siempre y
cuando que el mar sea navegable y la empresa hacedera para fuerzas humanas” .
Pero el rey se opuso, diciendo que no podía exponer- a nuevos peligros a un hom
bre como él, tan leal y tan cargado de méritos. Nearco insistió, suplicó que se le
concediera aquel honor, y Alejandro hubo de reconocer que no había nadie
que reuniera mejores condiciones que él para llevar a cabo semejante empresa; las
tropas, que veneraban al probado jefe de la flota y conocían la gran afección del
rey por él, verían en aquella elección una garantía para ellas mismas, puesto
que Alejandro no pondría a un gran amigo y a uno de sus mejores jefes al frente
de una empresa de cuyo éxito desesperase él mismo. Y así, fué designado para
encabezar aquella expedición marítima Nearco, hijo de Andrótimo, nacido en
Creta y ciudadano de Anfipolis; era la elección más feliz que Alejandro podía
hacer. Y si al principio las tropas destacadas para servir en la flota pudieron sen
tirse abatidas y preocupadas por su suerte, la designación del hombre que había
de encabezarlas, la solidez y hasta el esplendor de los preparativos que se hacían
para el viaje y del aparejo de los buques, la seguridad con que Alejandro prome
tía a todos y se prometía a sí mismo un desenlace feliz, la glofia de participar en
la empresa más intrépida y peligrosa de cuantas habían acometido y, final