Page 370 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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CAPITULO.  I
      Alejandro  parte  de  la  India.—Combates  en  el  país  de  los  oritas.—Marcha  del
          ejército a través  de los  desiertos  de la Gedrosia hasta Carmania.—La  travesía
          de  Nearco.—Regreso  a  Persia.  Desórdenes  en  el  imperio.—Castigo  de  los
          culpables.—Segunda  huida  de  Harpalo.—Las  bodas  de  Susa.—Reorgani­
          zación  del  ejército.

      E l   p a ís  d e l   Indo  se  h a lla   cerrado  al  oeste  por  poderosas  montañas  que  se
      extienden desde el río Cofen hasta el océano. Muy cerca  de las playas,  sus  últimas
      estribaciones  alcanzan  alturas  hasta  de  1,800  pies.  Estas  cadenas  montañosas,
      enclavadas  entre  el  delta  del  Indo  y  las  costas  desérticas  de  la  Gedrosia,  entre  el
       valle del  Sind y la altiplanicie  ariana,  se hallan  cruzadas  por  muy  pocos  desfilade­
       ros  y  constituyen  verdaderas  murallas  de  roca.  Del  lado  de  allá,  hacia  levante,
       reina un  calor tropical húmedo,  abunda  el  agua,  la  vegetación  es  exuberante,  hay
       abundantes  especies  animales,  una  gran  densidad  de  población  y  un  comercio
       social ramificadísimo,  que  gira  en  torno  a los  mil  productos y  necesidades  de  una
       civilización  inmemorial;  hacia  poniente,  del  lado  de  acá  de  las  montañas,  que  se
       yerguen  como  montones  de  rocas  escuetas,  un  laberinto  de  paredes  rocosas  y
       escarpadas y estepas montañosas,  en el centro del cual se abre la  meseta  de  Kelat,
       desnuda,  triste,  bañada  por  un  frío  seco  o  por  un ardor  estival  corto  y  aplanante
       y  que  ha  sido  llamada  con  razón  “el  desierto  de  la  pobreza” .  Por  el  norte  y  el
       oeste la flanquean escarpadas montañas a cuyas faldas se extiende el  mar de arena
       del  desierto  de  la  Ariana,  un  océano  infinito  con  la  atmósfera  teñida  de  color
       rojizo  tornasolado  por la  arena  ardiente  y  vplandera,  con  las  dunas  cambiantes  y
       falsas como las olas del mar, en las que  se pierde el  peregrino y se hunde  el  came­
       llo.  Tal  es  el  desolador  camino  que  conduce  al  interior  de  aquellas  tierras.  Y  no
       son menos  desolados  y  temibles  los  páramos  de  la  costa  y  el  camino  que  lleva  a
       través  de  ellos  hacia  el  oeste.
           Cuando  se  sube  de la  India  por los  desfiladeros  de  la  gran  cordillera  diviso­
       ria,  se  abre  un paisaje bajo,  a la  izquierda  el mar,  al  oeste y  al  norte  montañas  y
       al fondo  un  río  que  corre hacia  el  océano,  la  última  agua  corriente  que  el  viajero
       encontrará  en  su  camino;  campos  de  trigo  en  las  faldas  de  las  montañas,  aldeas
       y poblados  diseminados  en  la  llanura,  los  últimos  que  se  ofrecerán  a  la  vista  del
       viajero en una marcha de meses. Al  norte, penosos desfiladeros laberínticos condu­
       cen de  esta llanura a los  desiertos montañosos  de  Kelat;  al  oeste, las  montañas  de
       los oritas, que bajan hasta el mar.  Después  de  cruzarlas,  comienzan los  verdaderos
       horrores  del  desierto;  la  costa  es  allí  llana,  arenosa,  cálida,  sin  una  hierba,  sin  un
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