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368 ALEJANDRO PARTE DE LA INDIA
matorral, surcada de vez en cuando por los lechos arenosos de ríos y riachuelos
secos, poco menos que inhabitable; los míseras chozas de pescadores dispersas en
la playa a una distancia de varias millas una de otra, hechas de espinazos de
pescado y algas marinas y plantadas a la sombra de un grupo solitario de palme
ras, son la única vivienda con que se tropieza en días y días de marcha, y los
pocos hombres que se encuentran al paso producen una impresión de miseria
mayor todavía que él país. Como a un día de marcha hacia el interior, se alzan
unas colinas rocosas y peladas por entre las que corren unos arroyuelos que en la
época de lluvias crecen de pronto y cuyas aguas embravecidas se precipitan im
petuosamente hacia la costa, cavando en ella aquellos cauces arenosos que el resto
del año permanecen secos, cubiertos de maleza, mimosas y tamariscos y llenos de
lobos, chacales y nubes de moscas. Detrás de aquellas rocas peladas se extienden
el desierto de la Gedrosia, que tiene varios días de marcha de ancho, habitado
por una serie de tribus nómadas y más temible para el extranjero que se vea
obligado a atravesarlo; la soledad, la aridez, la falta de agua son las penalidades
más soportables de aquellos parajes; por el día, un sol ardiente y un polvo
abrasador que inflama los ojos y corta casi la respiración, por la noche un frío que
hiela los huesos y los bramidos de las fieras hambrientas, sin que se vea por
ninguna parte un techo o un poco de pasto, ni una migaja de comida ni una gota
de agua, a su partida, para varios meses; para abastecerse de agua y de comida
Por estas tierras se cuenta que regresó de la India la reina Semiramis y que
de los cientos de miles de hombres que formaban su ejército gigantesco sólo llega
ron con ella a Babilonia veinte, cuando más. También de Ciro se dice que
emprendió este camino en su retirada, y que su ejército corrió igual suerte. Ni el
mismo fanatismo del Islam se atrevió a penetrar conquistadoramente en este
desierto; el califa prohibió a su general Abdallah marchar hacia este país, sobre
el que había caído, evidentemente, la maldición del profeta.
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Alejandro escogió este camino, no para realizar una hazaña más grande que
la de Ciro y Semiramis, como pensaban los autores antiguos, ni para hacer olvi
dar las bajas experimentadas en su expedición a la India con pérdidas aún más
desastrosas, como ha creído descubrir la sagacidad de algunos historiadores moder
nos. Lo escogió, sencillamente, porque no tenía más remedio; porque no quería
que quedaran entre las satrapías del Indo y las del golfo Pérsico territorios sin
dueño y tribus aún no sometidas, que pudieran entorpecer la obra de conjunto de
la ocupación; porque no quería que aquellas montañas escarpa'das que bordeaban
el desierto fuesen constante asilo de hordas rapaces y de sátrapas rebeldes. Pero,
más importante aún que estas razones era la necesidad de prestar ayuda a la
flota, que había de navegar a lo largo de aquellas desoladas costas para abrir
la ruta marítima entre la India y Persia; no era posible aprovisionarla y proveerla
pira varios meses; para abastecerse de agua y de comida