Page 376 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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MARCHA  HASTA  CARMANIA                    373
      torrenciales y, antes de que se pudiera pensar siquiera en poner remedio a  aquello,
      ¡a  catástrofe  había  llegado  ya  a  su  punto  culminante;  la  tienda  de  Alejandro  y
      una  parte  de  sus  armas  fueron  arrastradas  por  las  aguas  y  a  él  le  costó  no  poco
      esfuerzo  salvarse  de  su  furia.
          Los  horrores  iban  acumulándose  uno  tras  otro.  Y  cuando,  por  último,  al
      reanudarse  la  marcha,  se levantó  un  huracán  que  revolvió  las  dunas  del  desierto
      y borró sin dejar huella todos los  caminos,  y los guías  indígenas  se perdieron y no
      sabían  ya  hacia  dónde  ir,  hasta  los  más  valerosos  sintieron  que  el  ánimo  se  les
      abatía y todos se creían condenados a perecer en aquel infierno.  Alejandro  reunió
      en  torno  suyo  a  sus  jinetes  más  vigorosos,  un  puñado  de  ellos  solamente,  para
      buscar entre  todos  el  mar;  les  exhortó  a  que  apelaran  a  sus  últimas  fuerzas  y  le
      siguiesen.  Cabalgaron en  dirección  al  mediodía  a  través  de  las  profundas  dunas,
      atormentados  por la  sed y habiendo llegado  ya  al  último  límite  del  agotamiento;
      los caballos iban quedando muertos por el  camino y los jinetes no podían  seguirse
      arrastrando;  sólo  el  rey  y  otros  cinco  siguieron  avanzando  incansablemente;  por
      fin,  vieron  el  mar  azul,  desmontaron,  cavaron  con  sus  espadas  en  la  arena  bus­
      cando  agua  potable  y  brotó  un  chorro,  en  el  que  calmaron  su  sed;  en  seguida,
      Alejandro  se  fué  en busca  de  su  ejército  y  lo  condujo  hacia  la  costa,  refrescada
      por  las  brisas  del  mar,  y  hacia  las  fuentes  de  agua  dulce  que  corrían  en  ella.
      Después  de  esto,  los  mandos  volvieron  a  recobrarse  y  dirigieron  al  ejército  otros
      siete días a través del desierto, donde ya no escaseaba el agua y se encontraban  de
      cuando en cuando  provisiones y algunas  aldeas;  al  séptimo  día,  las  tropas  se  diri­
      gieron más hacia el interior del país y,  cruzando por tierras  exuberantes  y  alegres,
      llegaron a Pura, capital de la satrapía de Gedrosia.
         *   Por  fin,  el  ejército  había  llegado  a  la  meta  de  su  marcha,  ¡pero,  en  qué
       estado!  La marcha desde el límite  de los  oritas a  través  del desierto  había  durado
       sesenta días, pero las penalidades y las pérdidas  ocasionadas por ella eran mayores
       que las  de todas las  campañas anteriores  juntas.  Aquel ejército que había  partido
      Me  la  India  tan  orgulloso  y  rico  había  quedado  reducido  a  su  cuarta  parte,  y
       este triste puñado de supervivientes  del ejército que había  conquistado  un  mundo
       llegaDa  a  Pura  famélico  y  desencajado,  en  harapos,  casi  sin  armas,  con  unos
       cuantos  caballos  que  apenas  podían  tenerse  en  pie,  formando  todos,  hombres  y
       bestias,  una  caravana  de  miseria,  de  dolor y  de  derrota.  Así  llegó  Alejandro  a  la
       capital  de  una  de  sus  satrapías.  Ordenó  un  largo  descanso  para  que  sus  tropas
       agotadas se repusieran del penoso éxodo y para  que fueran concentrándose allí los
       que habían  quedado  extraviados  por los  caminos.  El  sátrapa  de  Oritis  y  Gedro­
       sia,  que  había  recibido  la  orden  de  aprovisionar  los  caminos  del  desierto  y  cuya
       negligencia  había  causado  en  buena  parte  aquella  catástrofe,  fué  separado  del
       cargo,  designándose  sucesor  suyo  en "él  a  Toas.
           Luego,  Alejandro  salió  para  la  Carmania,  donde  esperaba  encontrar  a  Crá­
       tero  con  su  ejército y a  varios  jefes  militares  de  las  provincias  altas,  a  quienes  se
       había  ordenado  réunirse  allí.  Debían  de  ser los  primeros  días  de  diciembre  y  no
       Be  había  recibido  aún  la  menor  noticia  de  la  flota  y  de  sus  vicisitudes.  Y  si  la
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