Page 381 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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                    REGRESO  A  PERSIA.  DESÓRDENES  EN  E L  IMPERIO
           Alejandro  regresaba,  pues,  a las  tierras  que había  sometido  hacía  varios  años
       por la  fuerza  de las  armas;  era  ya  hora  de  que  regresara.  Habían  surgido  en  más
       de  un  punto  graves  desórdenes  e  innovaciones  peligrosas;  el  espíritu  de  la  arro­
       gancia  y  el  desenfreno  característico  de  los  sátrapas  del  antiguo  imperio  persa
       había  empezado  a  manifestarse  también,  harto  pronto,  entre  los  gobernadores
       de  las  provincias  del  nuevo  imperio.  Muchos  sátrapas,  tanto  macedonios  como
       persas,  a  quienes  la  larga  ausencia  del  rey  había  dejado  dueños  y  señores  de  sus
       territorios,  sin  fiscalización  alguna  y  en  posesión  de  poderes  ilimitados,  habían
       oprimido a  sus pueblos  del modo  más  espantoso,  habían  dado  rienda  suelta  a  su
       codicia y a su lujuria,  sin respetar siquiera los  templos  de los  dioses  ni las  tumbas
       de  los  muertos;  más  aún,  en  previsión  de  la  posibilidad  de  que  Alejandro  no
       volviera de la India, habíanse rodeado de huestes  propias  de mercenarios y habían
       tomado  todas  las  medidas  necesarias  para  sostenerse  por  la  fuerza  armada  en  el
       señorío  de  sus  provincias.  Los  planes  más  insensatos,  los  apetitos  más  relajados,,
       las más  descabelladas  pretensiones,  estaban  a la  orden  del  día.  La  excitación  des­
       orbitada de aquellos años,  en los  que parecía haberse  descartado  todo  lo  tradicio­
       nal  y cierto  y  sólo  parecía  posible  lo  más  inverosímil,  no  se  daba  por  satisfecha
       más  que con las aventuras  más  desenfrenadas y  con  el  aturdimiento  de  los  place­
       res o las péídidas desmedidas. Aquel azaroso juego de dados de la guerra en que se
       había  ganado  el Asia  podía  fácilmente  dar la  vuelta  y  en  una  jugada  desgraciada
       podía  muy  bien  ocurrir  que  Alejandro  perdiera  todo  lo  que  había  ganado  en  su
       desatentada  suerte.  También  el  espíritu  de  los  persas  derrocados  empezaba  a
       cobrar  nuevos  bríos,  a  concebir  nuevas  esperanzas,  y  ya  más  de  uno  de  aquellos
       príncipes  orientales  había  intentado  romper  los  vínculos  ápenas  anudados  para
       fundar  principados  independientes  o  para  incitar  a  los  pueblos  a  desertar  de  los
       macedonios en nombre de la antigua monarquía persa, que indudablemente,  tarde
       o temprano,  acabaría por restaurarse. Y  no  cabe  duda  de  que  cuando,  tras  varios
       años de ausencia del rey, tras los progresos cada vez  más acentuados  del  desorden
       y la  usurpación,  se  corrió  la  noticia  de  que  el  ejército  conducido  por  Alejandro
       había  perecido  desastrosamente  en  el  desierto  de  la  Gedrosia,  el  movimiento  de
       rebeldía  alcanzaría  en  todas  las  provincias  y  en  todos  los  espíritus  un  grado  que
       amenazaría  con  el  derrocamiento  de  todo  lo  existente.
           Tales  eran las  condiciones  con  que  había  de  enfrentarse Alejandro  al  regre­
       sar a las provincias occidentales al frente de los restos  de su ejército.  Todo  estaba
       de nuevo sobre el tapete;  un solo signo de  miedo  o  de  debilidad,  y  el  imperio se
       derrumbaría, hecho  añicos,  sobre  su  fundador.  Lo  único  que  podía  salvar  a  Ale­
       jandro y a su imperio eran la decisión más audaz,  la más tensa fuerza de voluntad
       y de acción.  En  aquellas  condiciones,  el  perdón  y la  magnanimidád  habrían  sido
       interpretados  como  una  confesión  de  impotencia  y  habrían  hecho  perder  sus
       últimas  esperanzas  a los  pueblos,  que  aún  seguían  siendo  leales  al  rey.  No  había
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