Page 383 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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380                  CASTIGO DE LOS CULPABLES

            Desde  la  Media  trasladáronse  a  Carmania,  por  orden  de  Alejandro,  con  la
        mayor parte de sus tropas,  Heracón,  Cleandro y Sitalces,  a  quienes  los  habitantes
        de su provincia y sus propias  tropas  acusaban  de  cosas  graves:  se les  imputaba  el
        haber saqueado los  templos  y  profanado  las  tumbas  y  el  haberse  permitido  toda
        clase  de  tropelías  y  crímenes  contra  sus  súbditos.  El  único  que  pudo  justificar
        su conducta y alcanzó la libertad fué Heracón;  Cleandro y Sitalces  quedaron  con­
        victos  y  confesos  y  fueron  ejecutados  sin  demora  en  unión  de  gran  número  de
        soldados cómplices  de sus crímenes,  seiscientos según  se  dice.  Esta  justicia  rápida
        y  severa  produjo  en  todas  partes  profundísima  impresión;  a  las  gentes  no  se  les
        escapaban las muchas razones que tenía el rey para haber salvado la  vida  de aque­
        llos  hombres,  que  habían  sido  los  ejecutores  secretos  de  la  pena  de  muerte  con­
        tra  Parmenión,  y  de  aquel  número  considerable  de  soldados  veteranos,  que
        tanta  falta  le  hacían.  Los  pueblos,  aleccionados  por  estas  enseñanzas,  dábanse
        cuenta de que Alejandro era, en realidad, su protector, de que no estaba dispuesto
        a  tratarlos  ni  a  tolerar  que  nadie  los  tratase  como  a  esclavos;  por  su  parte,  los
        sátrapas y jefes militares tenían que abrir necesariamente los ojos ante aquel escar­
        miento y darse cuenta de lo que les esperaba si no sabían presentarse ante Alejan­
        dro  con la  conciencia limpia. Cuéntase  que  muchos  de  ellos,  convencidos  de  su
        culpabilidad, esforzábanse en acumular riquezas para  engrosar las huestes  de  mer­
        cenarios que tenían a su servicio, para prepararse a lo peor y estar en  condiciones
        de poder hacer frente al rey, si el momento llegaba; para evitar aquello, Alejandro
        dirigió a sus sátrapas un mensaje en el que les  ordenaba licenciar inmediatamente
        a todos los mercenarios que no hubiesen sido enrolados en  nombre  del rey y a  su
        servicio.
            Entre tanto,  Alejandro habíase  trasladado  de  Carmania  a  Persia.  El  sátrapa
        Frasaortes,  puesto  al  frente  de  esta  provincia,  había  muerto  durante  la  campaña
        de  la  India;  habíase  hecho  cargo  de  la  satrapía  Orxines,  uno  de  los  nobles  del
        país,  confiado  en los  títulos  que  le  daban  su  nacimiento  y  su  influencia.  Pronto
        se demostró que  no  estaba,  ni mucho  menos,  a la  altura  del  puesto  asumido  por
        él sin que nadie le  designara. Alejandro  montó ya  en  cólera  al ver abandonado  el
        sepulcro  del  gran  Ciro  en  el  bosque  de  Pasargada,  a  su  paso  por  allí;  al  visitar
        aquella ciudad la primera vez había  mandado  abrir la  tapa  del  monumento  fune­
       rario en que reposaban las cenizas del gran rey y ordenado que se adornase de nue­
        vo  el  sepulcro y  que los  magos  que  estaban  al  cuidado  de  él  siguiesen  prestando
        aquel  servicio  piadoso;  quería  que  la  memoria  de  aquel  rey  ejemplar  se  honrase
        por  todos  los  medios  posibles;  al  volver  ahora  por  allí,  se  encontró  con  que  el
        sepulcro  había  sido  violado  y  con  que  habían  robado  todas  las  cosas  de  valor
        que  contenía,  con  excepción  del  ataúd,  arrancando la  tapa  de  éste  y  sacando  de
        él el cadáver.  Ordenó a Aristóbulo  que los  restos mortales  del rey volvieran  a  des­
        cansar en  su  féretro,  que volviera  a  colocarse  todo  tal  y  como  estaba  antes  de  la
        profanación  del sepulcro y  que  se cerrara  de  nuevo  la  tumba  y  se  sellara  la  tapa
        de piedra  con  el  sello  del  rey.  Él  mismo  se  preocupó  de  investigar  quiénes  eran
       los autores de aquella tropelía;  fueron detenidos los magos  que vigilaban  el  sepul-
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