Page 384 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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SEGUNDA  HUIDA  DE  HARPALO                 381
       ero y sometidos a  tormento para  que  declararan  el  nombre  de los  culpables;  pero
       no estaban enterados de nada y hubieron de  ser puestos  en libertad;  las  investiga­
       ciones  posteriores  no  arrojaron  tampoco  ninguna  luz;  no  pudo  averiguarse  quién
       o  quiénes  habían  sido  los  autores  materiales  del  crimen,  para  que  lo  purgaran;
       pero  sobre el  sátrapa  pesaba  una  gran  responsabilidad  por  su  negligencia,  puesto
       que el desmán se había cometido dentro de la provincia  de su jurisdicción.  Pronto
       salieron  a  la  luz  otras  culpas  todavía  más  graves  de  Orxines.  Alejandro  había
       llegado  ya  a  Persépolis,  residencia  del  sátrapa;  los  habitantes  formularon  allí  las
       más graves quejas contra él:  se había permitido las violencias y arbitrariedades más
       infames  para  dar  satisfacción  a  su  avaricia:  había  saqueado  los  santuarios,
       violado  los  sepulcros  de  los  reyes  enterrados  en  su  ciudad  y  profanado  los  cadá­
       veres  para  despojarlos  de  sus  joyas.  La  investigación  comprobó  las  acusaciones,  y
       el sátrapa fué ahorcado.  Pasó  a ocupar la  satrapía  vacante  el  oficial  de  la  guardia
       Peucestas,  hijo  de  Alejandro;  parecía  el  más  indicado  de  todos  para  gobernar
       aquel país, el más importante de los  persas, pues habíase  compenetrado por  com­
       pleto de las  costumbres  asiáticas,  vestía  como  los  medas,  hablaba  el  persa  y  des­
       envolvíase  cómodamente  y  de  buen  grado  dentro  del  ceremonial  del  país,  cosas
       todas  que hacían mucho  más  simpática  a los  ojos  de  los  persas  la  persona  de  su
       nuevo  gobernador.
          Fué  también  por  aquel  entonces  cuando  se  presentó  a  Alejandro  el  sátrapa
       de la Media,  Atrópates;  llevaba  con  él,  preso,  al  medo  Bariaxes,  que  había  osado
       ceñir la  tiara y titularse  rey  de  los  medas  y los  persas;  había  especulado,  al  pare­
       cer,  con  la  esperanza  de  que  la  población  de  la  satrapía,  indignada  ante  las
       tropelías  de la  guarnición  macedonia,  se  inclinaría  a  la  deserción;  tanto  él  como
       los que con él habían tomado parte en la  sublevación  fueron ejecutados.
          Alejandro marchó hacia  Susa por los  desfiladeros persas.  En  Susa volvieron  a
       repetirse  las  escenas  de  la  Carmania  y  de  Persépolis;  los  pueblos  ya  no  tenían
       miedo  de  acusar  a  sus  opresores,  por  altos  que  estuvieran;  sabían  que  Alejandro
       escucharía  sus  quejas  y  las  atendería,  si  las  encontraba  justas.  En  Susa  fueron
       ejecutados el sátrapa Abulites y su  hijo  Oxiatres,  que lo  era  de  la  Paretacena  y  a
       quienes se habían probado las  más  graves  culpas.  Aquel  Heracón  que  acababa  de
       ser absuelto  en  el  proceso  de  los  jefes  militares  de  la  Media  y  que  antes  había
       ocupado  un  puesto  en  Susa,  quedó  convicto  de  haber violado  un  templo  en  esta
       ciudad, y fué condenado también a la  última  pena.


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          Así fueron descargándose,  golpe tras golpe, las  más severas  penas,  y no  tenía
       nada  de  particular que  quienes  no  se  sintieran  libres  de  culpa  tuvieran  miedo  al
       porvenir.  Entre  éstos  contábase  Harpalo,  hijo  de  Majata,  del  linaje  de  príncipes
       de Elimiotis.  Estimado  de Alejandro  por vínculos  antiguos  y  por los  importantes
       servicios  prestados,  había  recibido  desde  el  primer  momento  las  mayores  pruebas
       del -favor  real  y,  al  comienzo  de  la  guerra  persa,  había  sido  nombrado  tesorero
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