Page 378 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LA TRAVESIA DE NEARCO 375
abrigo del promontorio que separa a la India de las tierras de los arbitas, en un
puerto al que dió el nombre de Alejandro, a desembarcar y a esperar en tierra
veinticuatro días a que los vientos se estabilizasen. Partió de nuevo el 23 de octu
bre, pasó de largo por delante de la desembocadura del Arbios después de vencer
una serie de peligros, conduciendo unas veces a sus barcos por entre escarpadas
rocas y luchando otras veces contra las furiosas rompientes del océano, y habiendo
capeado el 30 de octubre un horroroso temporal que echó a pique tres de sus
barcos, tocó tierra cerca de Cocala para descansar diez días y reparar las naves
averiadas; era, precisamente, el lugar en que pocos días antes Leonato había
vencido a los bárbaros de aquella región en un combate sangriento; el sátrapa
Apolófanes de Gedrosia había perecido en aquel encuentro. Después de aprovisio
narse abundantemente y de celebrar varias entrevistas con Leonato, Nearco hízo-
se de nuevo a la vela rumbo al oeste y el 10 de noviembre la escuadra ponía proa
a la desembocadura del río Torneros, en cuyas orillas esperaban nutridas huestes
de oritas armados, para impedir la entrada de los barcos; un ataque audaz bastó
para dominarlos y ganar un lugar de desembarco tranquilo para varios días.
El 21 de noviembre la flota llegaba a las costas de los ictiófagos, aquel
mísero y espantoso desierto en que había comenzado la catástrofe del ejército
de tierra; también el ejército de mar sufrió mucho a su paso por aquellas costas,
pues la carencia de agua dulce y de provisiones hacíase cada día más agobiadora.
Finalmente, en una aldea de pescadores situada detrás del cabo Bagea encontraron
un indígena llamado Hidraces, que se brindó a acompañar a la flota como prác
tico; este hombre fué de gran utilidad a los expedicionarios; gracias a sus consejos
pudieron hacerse en lo sucesivo escalas mayores y aprovechar para la navegación
las noches frescas. Bajo una penuria cada vez más angustiosa, la flota iba costean
do y dejando atrás las playas arenosas de la Gedrosia y, cuando ya el descontento
de la marinería había alcanzado un grado peligroso, se descubrieron, por fin, las
costas de la Carmania, cubiertas de árboles frutales, de palmares y de viñedos;
las penalidades y las privaciones habían pasado y los buques se acercaban a la
tan ansiada entrada en las aguas del golfo Pérsico; ya iban costeando tierras
amigas. A la izquierda divisaron la punta de la Arabia, que avanza hasta muy
adentro del mar, que los antiguos llamaban la Maceta y desde donde, según se
decía, llevaban a Babilonia la canela y otros frutos índicos.
La flota atracó junto a Harmozia, en la desembocadura del Anamis y la
marinería acampó a las orillas del río, para descansar después de tantas fatigas y
recordar alegremente los peligros pasados, que tantos desesperaban ya de llegar
a vencer. No sabían nada del ejército de tierra, pues desde las costas de los ictió
fagos se había perdido todo rastro de él. Por casualidad, algunas gentes de Nearco,
que se habían internado un poco en tierra en busca de víveres, vieron a lo lejos
un hombre vestido a la usanza helénica; corrieron hacia él y averiguaron uno y
otros, entre lágrimas de alegría, que eran todos de la Hélade. Preguntáronle de
dónde venía y quién era. Les contestó que venía del campamento de Alejandro
y que el rey no estaba lejos de allí; locos de contento, lleváronle a presencia de