Page 377 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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       expedición  encomendada  al valeroso  Nearco  era  ya  de  por  sí  peligrosa  y la  incer-
       tidumbre  acerca  de  su  desarrollo  altamente  intranquilizadora,  Alejandro,  después
       de las terribles experiencias de los últimos dos meses y de sus indescriptibles pena­
       lidades,  sentíase  inclinado  más  bien  a  temer  lo  peor  que  a  confiar  en  el  éxito
       de su  grandioso  plan;  aquellas  costas,  que  habían  ofrecido  tan  mísero  sustento  a
       la  mayor parte  de su  ejército,  eran  el  último  y  único  refugio  con  que  contaba  la
       flota;  eran,  además,  costas  áridas,  arenosas  y  sin  puertos,  que  mejor  parecían
       destinadas  a  hacer  más  temibles  las  incalculables  contingencias  del  viento  y  la
       tempestad que a ofrecer un abrigo contra ellas;  un huracán, y la  flota y el  ejército
       que  transportaba  habrían  perecido  irremediablemente;  una  navegación  impru­
       dente, y el océano era lo suficientemente grande para que en él se perdiese la más
       potente flota.

                               LA  TRAVESÍA  DE  NEARCO
           En  esto  se  presentó  al  rey  el  hiparca  de  la  región  con  la  noticia  de  que  a
        cinco días de marcha hacia el sur, en la desembocadura  del río Anamis,  se hallaba
        Nearco con la flota en buen estado y que, al saber que el  rey se  encontraba  en las
        tierras altas de la Carmania, había hecho acampar a su ejército  detrás  de murallas
        y fosos y vendría a presentarse  muy pronto  a  Alejandro.
            En los primeros momentos,  éste  sintió  una  alegría  extraordinaria,  pero  pron­
        to  fueron  ganando  terreno  en  su  espíritu  la  impaciencia,  la  duda  y  la  preocupa­
        ción.  Nearco  no  acababa  de  presentarse;  pasaron  días  y  días;  enviáronse  varios
        mensajeros;  unos  volvieron  informando  que  no  habían  encontrado  por  ninguna
        parte  a  los  macedonios  de  la  flota  y  que  nadie  daba  cuenta  de  ellos;  otros  no
        regresaban.  Por último,  Alejandro  mandó  apresar  y  cargar  de  cadenas  al  hiparca
        que  andaba  inventando  cuentos  desleales  y  se  permitía  jugar  alegremente  con
        el  duelo  del  ejército  y  del  rey.  Estaba  más  triste  todavía  que  antes  y  los  sufri­
        mientos  del cuerpo y  del alma  se reflejaban  en la  palidez  mortal  de  su  rostro.
            El  hiparca  había  dicho  la  verdad:  Nearco  había  arribado  con  su  flota  a  las
        costas de la Carmania; había llevado a cabo felizmente una empresa que superaba
        ya en peligros y en maravillas a cualquier otra y que había tropezado,  además,  con
        dificultades  extraordinarias  por  una  serie  de  coincidencias  fortuitas.
            Las  dificultades  habían  empezado  ya  en  el  río  Indo;  apenas  Alejandro  hubo
        traspuesto las  fronteras  de  la  India  con  su  ejército  de  tierra,  los  hindúes,  creyén­
        dose  libres  y  seguros,  empezaron  a  producir  trastornos  y  desórdenes  alarmantes,
        por lo  cual la flota  ya  no podía  considerarse  a  salvo  en  el  Indo.  En  vista  de  que
        la  misión  que  se le había  asignado  no  era  la  de  defender  el  país,  sino  la  de  con­
        ducir  la  flota  hasta  el  golfo  Pérsico,  Nearco,  que  lo  tenía  todo  dispuesto  para
        partir, se hizo a la vela rápidamente el 21  de septiembre*,  sin aguardar al período
        en que  se estabilizaban los vientos  del  este,  y en pocos  días  dejó  atrás los  canales
        del  delta  del  Indo;  luego  los  fuertes  vientos  del  sur  le  obligaron  a  buscar  el

        *   Véase nota  16, al final.
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