Page 373 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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370 COMBATES EN EL PAIS DE LOS ORITAS
conducidas por Leona to y Tolomeo, dedicáronse a recorrer el país, mientras
Efestión iba detrás con el resto de las tropas. Alejandro se dirigió a la iz
quierda, hacia el mar, para ir abriendo pozos de agua potable con destino a su
flota y lanzarse luego sobre los oritas, tribu que estaba considerada como muy
numerosa y aguerrida. Ante la noticia de la llegada de los macedonios, los oritas
habían abandonado sus aldeas y huido al desierto. Alejandro llegó con sus tropas
al río Arbios, estrecho y fácilmente vadeable, que cruzaron sin ninguna dificultad;
una marcha nocturna a través de la comarca arenosa que se extiende hacia el
oeste desde la ribera derecha de este río los colocó al despuntar el día delante
de los campos bien cultivados y las aldeas de los oritas. La caballería recibió
inmediatamente la orden de avanzar en escuadrones y desplegada a distancia
prudencial, para cubrir el mayor campo posible, mientras que la infantería seguía
en formación compacta. Donde los indígenas intentaron resistir y se atrevieron a
luchar contra la lanza macedonia con sus flechas emponzoñadas, fueron domina
dos fácilmente, sus aldeas incendiadas y ellos mismos, cuándo quedaban vivos,
hechos prisioneros y vendidos como esclavos. Las tierras bajas de los oritas fueron
reducidas sin grandes bajas; la herida de flecha que puso en peligro la vida del
lágida Tolomeo se curó fácil y rápidamente. Alejandro acampó con sus tropas
junto a un riachuelo, esperando la llegada de Efestión. Después de reunksele éste,
siguió hasta el poblado de Rambacia, el más importante de los dominios de los
oritas; la situación parecía favorable para el comercio y la defensa del país; en
vista de ello, Alejandro decidió convertirlo en capital de la satrapía de los oritas
y colonizarlo; Efestión se quedó allí, con el encargo de fundar la Alejandría ori-
tia. Por su parte, Alejandro, acompañado por la mitad de los hipaspistas y los
agríanos y su escolta de caballería, se dirigió hacia las montañas que separaban
las tierras de los oritas y los gedrosios, pues le habían informado de que en los
desfiladeros por los que pasa el camino hacia la Gedrosia se habían emboscado
gran número de gedrosios y oritas para cerrar, juntos, el paso a los macedonios.
Pero, tan pronto como éstos se acercaron a la entrada de los desfiladeros, los bár
baros salieron huyendo ante un enemigo cuya fuerza irresistible conocían tan bien
como su cólera arrolladora después de la victoria; los cabecillas de los oritas bajaron
humildemente hasta donde estaba Alejandro para someterse a él con sus perso
nas, sus pueblos y su hacienda. Alejandro los recibió más amablemente de lo que
ellos habían esperado; les encargó de que reuniesen de nuevo las poblaciones de
sus aldeas dispersas y les prometieran en su nombre paz y seguridad; les exhortó
a que prestaran obediencia a su sátrapa Apolófanes, nombrado por él para go
bernar su país, el de los arbitas y los gedrosios, y a que dieran cumplimiento,
sobre todo, a las normas que se dictaran para aprovisionar a la flota macedonia. Al
mismo tiempo, y para garantizar la efectividad de sus órdenes, dejó en la nueva
satrapía a Leonato, el oficial de la guardia, con un ejército importante, formado
por todos los agríanos, una parte de los arqueros, unos cuantos cientos de hombres
de la caballería macedonia y de los mercenarios helénicos y una cifra proporcio
nal de tropas pesadas y de infantería asiática, con el encargo de aguardar la llega