Page 365 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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MARCHA HACIA EL OCEANO 361
Pasaron algunas horas, hasta que, por fin, la gente se dispuso a arrastrar los barcos
hacia el agua para ponerlos de nuevo a flote, en la medida de lo posible; en
aquel momento, empezó a subir de nuevo la marea, anegando y batiendo las
tierras pantanosas en que habían quedado depositados los barcos y poniéndolos
otra vez a flote; poco después, las olas volvían a estrellarse contra la orilla firme
y hacían bailar a las naves que habían atracado allí, no pocas de las cuales se es
trellaban unas contra otras o contra la orilla y se hundían; los otros barcos danza
ban sin orden ni salvación, impelidos por la furia del oleaje, chocaban entre sí
y se hacían también astillas o iban a pique. Así fué cómo, a costa de tantos peli
gros y pérdidas, adquirió el rey su primera experiencia de las mareas oceánicas,
que allí, como a diez millas de distancia del mar, eran más violentas que en el
mar mismo, pues tenían que luchar contra la inmensa masa de agua que se preci
pitaba del Indo, cuya desembocadura de dos millas de ancho dejaba amplio
margen para que las corrientes marinas penetrasen hasta muy adentro del río.
Una vez que Alejandro hubo escapado de estos peligros y aprendido los
medios que su periodicidad regular ofrecía para contrarrestarlos, envió dos barcos
seguros, mientras se reparaban las averías de los demás, aguas abajo, hasta la isla
de Esciluta, donde los pescadores le dijeron que estaba ya cerca el océano y había
una playa cómoda y abrigada para atracar. Las dotaciones de los barcos explora
dores volvieron con la noticia de que la isla tenía, en efecto, orillas muy asequi
bles y seguras, de que era bastante grande y estaba provista de agua potable en
abundancia, en vista de lo cual Alejandro se dirigió allá con toda la flota e hizo
que la mayor parte de ella atracara en dicha isla; desde allí veíanse ya las rompien
tes espumosas de la desembocadura del Indo y el horizonte del océano, sin que
apenas alcanzara a descubrir la vista, a los dos lados del río, cuyo ancho es de dos
millas, las costas bajas, sin árboles ni colinas. Alejandro siguió navegando
con los mejores barcos de su flota, para pasar la verdadera desembocadura y averi
guar si era navegable o no. Pronto la costa occidental desapareció completamente
de su vista, mientras el agitado océano se extendía por el poniente hasta el infi
nito; después de navegar como cuatro millas llegaron por el este a una segunda
isla, en cuya costa arenosa, baja y desolada, morían ya las olas del océano; hacíase
de noche y los barcos de descubierta volvieron con la marea alta a la isla en que
estaba atracado el resto de la flota. Un solemne sacrificio hecho a Ammón, como
un oráculo del dios lo había ordenado, celebró la llegada al océano y a las últi
mas tierras al sur del mundo habitable. A la mañana siguiente, Alejandro volvió
a salir al océano, desembarcó en la isla descubierta por ellos el día anterior y
sacrificó también en sus playas a los dioses que, según dijo, le había señalado
Ammón. Hecho esto, salió al mar abierto para atalayar si se descubría todavía
alguna tierra firme; y cuando vió que las costas desaparecían en torno y no se
divisaba más que cielo y mar, sacrificó varios toros a Poseidón y los arrojó al
océano, ofreció sus dones a los dioses con la escudilla de oro y arrojó también ésta
al mar, y ofrendó en seguida nuevos dones a las Nereidas, a los Dióscuros salva
dores y a la Tetis de pies de plata, madre de su antepasado Aquiles; pidió a todos