Page 211 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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forma humana surge del cuerpo del animal, y en segundo lugar es el símbolo de la

  aspiración  y  la  ambición,  porque,  así  como  el  centauro  apunta  con  su  flecha  a  las
  estrellas, toda criatura humana apunta a un objetivo superior al que puede alcanzar.

       Albert  Churchward,  en  The  Signs  and  Symbols  of  Primordial  Man,  sintetiza  la

  influencia  del  Zodiaco  en  el  simbolismo  religioso  con  las  siguientes  palabras:  «La
  división [se hace] aquí en doce partes, los doce signos del Zodiaco, las doce tribus de
  Israel,  las  doce  puertas  del  cielo  que  se  mencionan  en  el  Apocalipsis  y  las  doce

  entradas o portales que hay que atravesar en la Gran Pirámide antes de llegar al grado
  máximo, los doce apóstoles de las doctrinas cristianas y los doce puntos originales y
  perfectos de la masonería».

       Los antiguos creían que la teoría de que el hombre había sido hecho a imagen y

  semejanza de Dios se tenía que entender al pie de la letra. Sostenían que el universo
  era  un  gran  organismo  semejante  al  cuerpo  humano  y  que  cada  una  de  las  fases  y

  funciones del cuerpo universal tenía una correspondencia en el hombre. La clave de la

  sabiduría  más  preciosa  que  los  sacerdotes  transmitían  a  los  nuevos  iniciados  era  lo

  que  ellos  llamaban  «la  ley  de  la  analogía».  Por  consiguiente,  para  los  antiguos,  el
  estudio de las estrellas era una ciencia sagrada, porque veían en los movimientos de

  los cuerpos celestes la actividad omnipresente del Padre Infinito.

       A  menudo  se  ha  criticado  inmerecidamente  a  los  pitagóricos  por  promulgar  la
  llamada doctrina de la metempsicosis, o la transmigración de las almas, aunque este

  concepto, tal como circulaba entre los no iniciados, no era más que una pantalla para

  ocultar una verdad sagrada. Los místicos griegos creían que la naturaleza espiritual del

  hombre descendía hacia la existencia material desde la Vía Láctea, el semillero de las
  almas, a través de una de las doce puertas de la gran banda zodiacal. Por consiguiente,

  se decía que la naturaleza espiritual se encamaba en la forma de la criatura simbólica

  creada  por  los  magos  observadores  de  las  estrellas  para  representar  las  diversas

  constelaciones zodiacales. Si el espíritu se encamaba a través del signo de Aries, se
  decía que nacía en el cuerpo de un carnero; si en el de Tauro, en el cuerpo del toro

  celestial.  De  este  modo,  todos  los  seres  humanos  se  simbolizaban  mediante  doce

  criaturas  misteriosas  a  través  de  cuya  naturaleza  se  podían  encarnar  en  el  mundo
  material. La teoría de la transmigración no se aplicaba al cuerpo material visible del

  hombre, sino al espíritu inmaterial invisible que vagaba por el camino de las estrellas

  y en el curso de la evolución iba adoptando, de forma consecutiva, la forma de los
  animales zodiacales sagrados.

       En  el  Libro  III  de  Mathesis,  de  Julius  Firmicus  Maternus,  aparece  el  siguiente

  fragmento  con  respecto  a  las  posiciones  de  los  cuerpos  celestes  en  el  momento  de
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