Page 217 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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tabla cayó en manos del cardenal Pava, quien la obsequió al duque de Saboya y este, a
su vez, la regaló al rey de Cerdeña. Cuando los franceses conquistaron Italia en 1797,
la tabla fue llevada a Park En 1809, Alexandre Lenoir, al escribir sobre la Mensa
Isiaca, dijo que estaba en exposición en la Bibliothéque Nationale. Cuando se firmó la
paz entre los dos países, fue devuelta a Italia. En su Guía del Norte de Italia, Karl
Baedeker dice que la Mensa Isiaca ocupa el centro de la segunda galería en el Museo
de Antigüedades de Turín.
En 1559, el célebre Aeneas Vicus de Parma hizo una reproducción fiel de la tabla
original y el canciller del duque de Baviera entregó una copia del grabado al Museo de
Jeroglíficos. Athanasius Kircher dice que la tabla mide «cinco palmos de largo y
cuatro de ancho». W. Wynn Westcott dice que mide 1,25 metros por 75 centímetros.
Era de bronce y estaba adornada con encáustico o esmalte azul cobalto y filetes de
plata. Fosbroke añade: «Las líneas de las figuras no son demasiado profundas y el
contorno de la mayoría de ellas está trazado con hilos de plata. Las bases sobre las
cuales estaban sentadas o reclinadas las figuras (que han quedado en blanco en los
grabados) eran de plata y se han perdido». [48]
Quienes estén familiarizados con los principios fundamentales de la filosofía
hermética reconocerán en la Mensa Isiaca la clave de la teología caldea, egipcia y
griega. En su Antiquity Explained by Montfaucon, el Padre Montfaucon, un erudito
benedictino, reconoce su incapacidad para descifrar su complejo simbolismo. Por
consiguiente, duda de que los emblemas que lleva la tabla posean alguna significación
digna de consideración y se burla de Kircher, al que declara más críptico que la propia
tabla. Laurentius Pignorius reprodujo la tabla para un ensayo descriptivo en 1605,
pero las explicaciones que proponía con timidez han demostrado su ignorancia en lo
que respecta a la verdadera interpretación de las figuras.
En su Oedipus Aegyptiacus, publicado en 1654, Kircher se enfrentó al problema
con su avidez característica. Como estaba particularmente capacitado para una tarea
semejante por sus años de investigación en cuestiones relacionadas con las doctrinas
secretas de la Antigüedad y contaba con la colaboración de un grupo de estudiosos
destacados, Kircher obtuvo buenos resultados en cuanto a la exposición de los
misterios de la tabla, pero ni siquiera él logró averiguar el secreto maestro, como ha
señalado sagazmente Éliphas Lévi en su Historia de la magia.