Page 244 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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parecía apoderarse de ella una gran majestuosidad y, con los ojos fijos en el espacio y
el cuerpo rígido, pronunciaba las palabras proféticas. Por lo general, las predicciones
se hacían en forma de hexámetros, pero las palabras solían ser ambiguas y a veces
ininteligibles. Cada sonido que emitía y cada movimiento de su cuerpo eran
registrados meticulosamente por los cinco hosii, u hombres santos, designados
escribas para conservar todos los detalles de cada adivinación. Los hosii eran
nombrados de por vida y se elegían entre los descendientes directos de Deucalión.
Después de dar el oráculo, la pitonisa volvía a forcejear y el espíritu la
abandonaba. A continuación, la transportaban o la ayudaban a ir a una cámara de
reposo, donde permanecía hasta que se le pasaba el éxtasis nervioso.
Jámblico, en su disertación Sobre los misterios egipcios, describe que el espíritu
del oráculo —un demonio abrasador, tal vez el mismo Apolo— se apoderaba de la
pitonisa y se manifestaba a través de ella: «Pero la profetisa de Delfos, ya sea que
diese oráculos a la humanidad por medio de un espíritu atenuado y exaltado que
estallaba desde la entrada de la caverna o que, sentada en el adytum sobre un trípode
de bronce o sobre un taburete de cuatro patas, se consagrase a Dios, en cualquiera de
los dos casos, se entrega por completo a un espíritu divino y es iluminada por un rayo
del fuego divino. Y cuando el fuego que sube desde la boca de la cueva le confiere
circularmente una abundancia serena, ella se llena de un esplendor divino, pero,
cuando se coloca en el asiento del dios, se adapta al poder profético permanente de
este y, mediante estas dos operaciones preliminares, es poseída totalmente por el dios,
que entonces, sin lugar a dudas, se manifiesta y la ilumina por separado y la distingue
del fuego, el espíritu, el asiento propiamente dicho y, en síntesis, de todo el aparato
visible del lugar, tanto el físico como el sagrado».
Entre las celebridades que visitaron el oráculo de Delfos figuran el inmortal
Apolonio de Tiana y su discípulo Damis. Él hizo sus ofrendas y, tras ser coronado con
una corona de laurel y recibir una rama de la misma planta para que la llevara en la
mano, rodeó la estatua de Apolo que había delante de la entrada de la cueva y, por
detrás de la estatua, descendió al recinto sagrado del oráculo. La sacerdotisa también
llevaba una corona de laurel y la cabeza envuelta con una cinta de lana blanca.
Apolonio preguntó al oráculo si las generaciones futuras recordarían su nombre. La
pitonisa respondió que sí, aunque declaró que siempre sería calumniado. Apolonio se
marchó de la caverna enfadado, pero el tiempo ha demostrado la exactitud de la
predicción, porque los primeros Padres de la Iglesia perpetuaron el nombre de
Apolonio como el Anticristo. [54]