Page 247 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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similitudes entre los rituales de Dódona y los de los druidas de Britania y la Galla. La
famosa paloma del oráculo de Dódona, que se posaba en las ramas de los robles
sagrados, no solo hablaba en griego largo y tendido sobre filosofía y religión, sino que
también respondía las preguntas de aquellos que llegaban de lugares lejanos para
hacerle consultas.
Los árboles «parlantes» estaban juntos y formaban un bosquecillo sagrado.
Cuando los sacerdotes buscaban respuestas a preguntas importantes, después de
purificaciones exhaustivas y solemnes, se retiraban al bosquecillo a abordar a los
árboles y rogaban al dios que vivía en su interior que les diera una respuesta. Después
de que ellos formularan sus preguntas, los árboles hablaban con la voz de seres
humanos y revelaban a los sacerdotes la información que deseaban. Algunos
sostienen que había un solo árbol que hablaba: un roble o un haya que estaba en el
centro mismo del antiguo bosquecillo. Como se creía que Júpiter vivía en aquel árbol,
a veces lo llamaban Phegonaeus, es decir, «el que vive en un haya».
Lo más curioso de los oráculos de Dódona eran los jarrones o marmitas
«parlantes». Eran de bronce y estaban tan bien hechos que, cuando los golpeaban,
seguían sonando durante horas. Algunos escritores han descrito una hilera de estos
jarrones y han declarado que, si golpeaban uno, las vibraciones se transmitían a todos
los demás y entonces se producía un barullo espantoso. Otros autores hablan de un
solo jarrón colocado sobre un pilar, cerca del cual había otra columna que sostenía la
estatua de un niño con una fusta. En el extremo de la fusta había una cantidad de
cuerdas oscilantes con pelotitas de metal en el extremo; el viento, que soplaba sin
cesar a través del edificio abierto, golpeaba las pelotitas contra el jarrón. La cantidad y
la intensidad de los impactos y las reverberaciones en el jarrón se anotaban
cuidadosamente y los sacerdotes daban sus oráculos según ellas.
Cuando los sacerdotes originales de Dódona, los selloi, desaparecieron
misteriosamente, durante muchos siglos atendieron el oráculo tres sacerdotisas que
interpretaban los jarrones y a medianoche interrogaban a los árboles sagrados. Se
esperaba que quienes consultasen el oráculo llevaran ofrendas o hicieran
aportaciones.
Otro oráculo extraordinario fue la cueva de Trofonio, situada en la ladera de una
colina, que tenía una entrada tan pequeña que parecía imposible que pudiera entrar
ningún ser humano. Después de hacer una ofrenda ante la estatua de Trofonio y de
ponerse las prendas santificadas el consultante subía la colina hasta la cueva, llevando
en una mano una tarta de miel; se sentaba al borde de la abertura e introducía los pies