Page 266 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Tanto Pitágoras como los pensadores griegos posteriores daban la máxima
importancia a los sólidos simétricos. Para que un sólido fuera perfectamente
simétrico o regular, la misma cantidad de caras tenían que converger en todos
sus ángulos y esas caras debían ser polígonos regulares iguales, es decir,
figuras cuyos lados y ángulos fuesen todos iguales. Tal vez se pueda atribuir a
Pitágoras el gran descubrimiento de que solo hay cinco sólidos de este tipo.
[…]
Los griegos creían que el mundo [el universo material] estaba compuesto
por cuatro elementos —tierra, aire, fuego y agua— y para la mente griega era
inevitable la conclusión de que las formas de las partículas de los elementos
eran las de los sólidos regulares. Las partículas de tierra eran cúbicas, porque
el cubo era el sólido regular que poseía más estabilidad. Las partículas de
fuego eran tetraédricas, porque el tetraedro era el sólido más sencillo y, por lo
tanto, el más ligero. Las partículas de agua eran icosaédricas, precisamente por
el motivo contrario, mientras que las panículas de aire, como intermedias entre
las dos últimas, eran octaédricas. El dodecaedro era, para aquellos matemáticos
antiguos, el sólido más misterioso; era, con diferencia, el más difícil de
construir, porque dibujar con precisión un pentágono regular requería una
aplicación bastante compleja del gran teorema de Pitágoras. De ahí la
conclusión, como dijo Platón, de que «la divinidad lo utilizó (al dodecaedro
regular) para dibujar el plano del universo». [59]