Page 901 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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superficialidad aparente en las actividades de esta época. Bien se ha dicho que nadie
triunfará mientras no desarrolle su filosofía de vida. Tampoco alcanzará la verdadera
grandeza ninguna raza ni ninguna nación, mientras no formule una filosofía adecuada
ni dedique su existencia a una política coherente con ella. Durante la guerra mundial,
cuando la llamada civilización arrojó la mitad de sí misma contra la otra mitad en un
arrebato de odio, los hombres destruyeron sin piedad algo más precioso incluso que la
vida humana: borraron los recuerdos del pensamiento humano que pueden dirigir la
vida con inteligencia. En verdad declaró Mahoma que la tinta de los filósofos era más
preciosa que la sangre de los mártires. Documentos inestimables, constancias de
logros inapreciables, conocimientos basados en siglos de observación y
experimentación pacientes por los elegidos de la tierra: todos fueron destruidos, casi
sin el menor reparo. ¿Qué era el conocimiento, qué eran la verdad, la belleza, el amor,
el idealismo, la filosofía o la religión, en comparación con el deseo del hombre de
controlar un punto infinitesimal en los campos del cosmos durante un fragmento de
tiempo inestimablemente diminuto? Tan solo por la ambición de satisfacer algún
capricho o impulso, el hombre arrancaría de raíz el universo, aun sabiendo que al
cabo de pocos años deberá partir y dejar para la posteridad todo lo que ha tomado,
como una vieja causa que será objeto de nuevas discusiones.
La guerra, prueba irrefutable de la irracionalidad, sigue ardiendo en el corazón de
los hombres y no puede morir hasta que no se supere el egoísmo humano. Armada
con invenciones variopintas y elementos destructivos, la civilización continuará su
lucha fratricida en los siglos venideros; sin embargo, en la mente del hombre está
naciendo un gran temor: el temor de que, con el tiempo, la civilización se destruya en
una gran lucha catastrófica. Entonces habrá que volver a representar el drama eterno
de la reconstrucción. De las ruinas de la civilización que desapareció al morir su
idealismo, algún pueblo primitivo que sigue todavía en el vientre del destino deberá
construir un nuevo mundo. En previsión de las necesidades de ese momento, los
filósofos de todos los tiempos desean que, en la estructura del nuevo mundo, se
incorpore lo más verdadero y lo mejor de todo lo que ha habido antes. Es una ley
divina que la suma de los logros anteriores sea la base de cada nuevo orden de cosas.
Hay que preservar los grandes tesoros filosóficos de la humanidad. Podemos dejar
que se deteriore lo que es superficial, pero lo que es fundamental y esencial debe
permanecer, a cualquier precio.
Los platónicos distinguían dos formas fundamentales de ignorancia: la simple y la
compleja. La ignorancia simple no es más que la falta de conocimiento y es común a
todas las criaturas que existieron después de la primera causa, la única que tiene la