Page 35 - Diálogos
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Final
La noche se me hace eterna. El calor pudre las gotas
de sudor que resbalan por la frente, quienes nueva-
mente suben, se evaporan y vuelven a caer, en un
desagradable ciclo, que parece no tener fin.
El calor infernal, el sudor pegajoso, el olor nausea-
bundo, estar sentado frente a esta mesa que se tam-
balea, que escurre sangre. Hay dos cuerpos que ne-
cesitan ser desmembrados y yo estoy aquí, en esta
maldita rutina que es estar sentado, cortando partes,
mecánicamente, ya sin ningún sentido, sin sentir nada,
sin esa vieja sensación de ser Dios. Hoy son dos, antier
fue uno, hace un mes eran tres. Mañana quién sabe.
Como dije, ya es mecánico. Levanto un brazo y corto,
serrucho y separo. Levanto la pierna y repetimos. Ahora
toca la cabeza, esa parte tan esencial y frágil, que se
separa casi al contacto con el bisturí. No es como
antes, cuando me podía quedar viendo los ojos vacíos
por horas, intentando descubrir el sentir que es morir,
tratando de descifrar su última reacción, si es odio,
temor o, nunca se sabe, admiración y liberación por
terminar por fin con el trabajo. Ahora desecho la
cabeza casi sin verla. Va cada parte del cuerpo, una
por una, a una bolsa negra, que espero tirar por ahí
o simplemente dejarla fuera de mi casa, para que
pase el camión que se lleva la basura y esperar, casi
con júbilo, que me descubran y así poder terminar de
una maldita vez con esta rutina, que poco a poco ha
terminado con mis ganas de vivir y de seguir haciendo
lo que fue y ha sido mi misión en la vida.
Me levanto, enciendo un cigarro, me echo la bolsa a
la espalda. Todo es tan podridamente sin sentido.
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