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Relato de una habitación



           Hoy  te  vi  salir  de  la  cama.  Levantaste  las  sabanas
           suavemente, creyendo  que  con eso  no  me  moverías,
           pero al otro lado, mis ojos te veían a través del reflejo
           de la ventana, mientras que el sol, que entraba a la
           habitación,  la  llenaba  de  reflejos  cálidos.  Caminaste,
           vestida solamente con un calzón de fina tela negra, el
           cual  acomodaste  de  entre  tus  nalgas  con  un  dedo.
           Bostezabas mientras te estirabas, haciendo que tu es-
           palda se arqueara y tu pecho temblara. Te sentaste en
           el pequeño puff morado, encendiste un cigarro, miraste
           hacia el espejo, mientras yo contemplaba toda tu be-
           lleza. Tu cabello enmarañado, castaño fino, un poco
           undulado,  tus  ojos,  donde  lo  infinito  se  graba,  tus
           labios pequeños y rosados, con una sonrisa inocente-
           mente maquiavélica. Tus dedos largos que jugaban con
           el  tabaco,  dando  vueltas  y  vueltas,  tu  vientre  plano,
           tus piernas largas. No podría describir la grandeza de
           un cuerpo como el tuyo, viéndose reflejado en el espejo
           de una habitación cualquiera, en un apartamento cual-
           quiera. Te quedaste fumando, viendo ahora el techo,
           descubriendo las formas extrañas que se forman por
           entre la rugosidad del tirol y la humedad.

           De repente, estiraste la mano y tomaste tu vieja ca-
           miseta,  esa  que  esta  percudida y  manchada,  con  el
           hoyo más grande que he visto en alguna prenda tuya,
           esa con la que te ves tan bien. Te la pusiste, aco-
           modándote el cabello por sobre tu hombro. Te veías
           tan sensual, el olor a noche aún no desaparecía de
           tu cuerpo, que en ese momento podría haber saltado
           de  la  cama  y  poseerte  nuevamente,  como  la  noche
           anterior, cuando gemías entre mis manos, me araña-
           bas la espalda, mientras yo me perdía entre ese monte
           de venus que es tu cuerpo.
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