Page 57 - Diálogos
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El niño que olvido su papalote
El fino hilo se suelta de sus pequeñas manos. Su dedo
regordete y pequeño intenta aferrarlo, pero el viento
ha sido más rápido y le ha ganado. Lentamente sus
expresivos y dulces ojos negros se posan en el viento
y en el suelo, en el horizonte. Su cara es todo un
mar de emociones: sorpresa, desilusión, miedo, tristeza.
Corre tras aquello que le es tan importante en la vida.
Corre, aferrado al sentimiento, con la esperanza de
que regrese de nuevo a sus manos. Corre lo más
fuerte que le permiten sus cortas piernas. Y cae. Y un
nuevo raspón aparece en esas rodillas sucias. Y se
levanta. Y nos demuestra una vez más que caer es
solo un retraso de segundos en un camino de una
vida.
Grita, corre, grita más fuerte. Pulmones sanos. No
puede creer que las cosas hayan acabado tan rápido.
Sigue corriendo, cada vez con menos fuerza. Se detiene
un momento para tomar algo de aire y reemprende su
carrera con ahínco. Él sabe que sus esfuerzos no
servirán de nada, pero aun así no quiere pensar que
todo fue en vano.
Y mientras corre, pisa un charco de agua. Se detiene
a ver su reflejo en él. Una sonrisa de nuevo ilumina
su rostro. La desesperación que antes hundía su cara
desapareció, como si de accionar un interruptor se
tratase. Primero rodea su tesoro. Vuelta, tras vuelta,
tras vuelta. Y salta. Salta en el centro del agua, sus
pies empapados, sus manos sostienen un dulce y su
cara irradia felicidad. Una tras otra las gotas empapan
su cabello. Su cabello que se mueve al compás del
viento. Y nos enseña que la vida es un juego. Donde
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