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la fama de las hazañas y maravillas de estos hijos del Sol, hechas en paz y en
guerra, nos tienen tan aficionados y deseosos de servirles y ser sus vasallos
que cada día se nos hacía un año. También lo deseábamos por vernos libres
de las tiranías y crueldades que las naciones Chanca y Hancohuallu y otras,
sus comarcanas, nos hacen de muchos años atrás, desde el tiempo de nuestros
abuelos y antecesores, que a ellos y a nosotros nos han ganado muchas tierras,
y nos hacen grandes sinrazones y nos traen muy oprimidos; por lo cual deseá-
bamos el imperio de los Incas, por vernos libres de tiranos. El Sol, tu padre,
te guarde y ampare, que así has cumplido nuestros deseos". Dicho esto, hi-
cieron su acatamiento al Inca y a los maeses de campo, y les presentaron
mucho oro para que lo enviasen al Rey. La provincia de Cotapampa, después
de la guerra de Gonzalo Pizarra, fue repartimiento de don Pedro Luis de
Cabrera, natural de Sevilla, y la provincia Cotanera y otra que luego veremos,
llamada Huamanpallpa, fueron de Garcilaso de la Vega, mi señor, y fue el
segundo repartimiento que tuvo en el Perú; del primero diremos adelante en
su lugar.
El general Auquititu y los capitanes respondieron en nombre del Inca
y les dijeron que agradecían sus buenos deseos pasados y los servicios pre-
sentes, que de lo uno y de lo otro y de cada palabra de las que habían dicho
darían larga cuenta a Su Majestad, para que las mandase gratificar como se
gratificaba cuanto en su servicio se hacía. Los curacas quedaron muy con-
tentos de saber que hubiesen de llegar a noticia del Inca sus palabras y ser-
vicios; y así cada día mostraban más amor y hacían con mucho gusto cuanto
el general y sus capitanes les mandaban. Los cuales, dejada la buena orden
acostumbrada en aquellas dos provincias, pasaron a otra llamada Huaman-
pallpa; también la redujeron sin guerra ni contradicción alguna. Los Incas
pasaron el río Amáncay por dos o tres brazos que lleva corriendo por entre
aquellas provincias, los cuales, juntándose poco adelante, hacen el caudaloso
río llamado Amáncay.
Uno de aquellos brazos pasa por Chuquiinca, donde fue la batalla de
Francisco Hernández Girón con el mariscal don Alonso de Alvarado, y en
este mismo río, años antes, fue la de don Diego de Almagro y el dicho ma-
riscal, y en ambas fue vencido don Alonso de Alvarado, como se dirá más
largo en su lugar, si Dios nos deja llegar allá. Los Incas anduvieron redu-
ciendo las provincias que hay de una parte y otra del río Amáncay, que son
muchas y se contienen debajo de este apellido Quechua. Todos tienen mucho
oro y ganado.
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