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que advirtiesen que por verlos en discordia podrían levantarse otros curacas
y sujetarlos, hallándolos flacos y debilitados, y quitarles los estados y borrar
del mundo la memoria de sus antepasados, todo lo cual se conservaba y au-
rrrntara con la paz. Mandóles asimismo que echasen por tal y tal parte las
mojoneras de sus términos y que no las rompiesen. Díjoles a lo último que
su Dios el Sol lo mandaba y ordenaba así para que tuviesen paz y viviesen
en descanso, y que el Inca lo confirmaba, so pena de castigar severamente
al que lo quebrantase, pues lo habían hecho juez de sus diferencias.
Los curacas respondieron que obedecerían a Su Majestad llanamente,
y, por el afición que a su servicio habían cobrado, serían amigos verdaderos.
Después los caciques Cari y Chipana trataron entre si las leyes del Inca, el
gobierno de su casa y corte y de todo su reino, la mansedumbre con que
procedía en la guerra y la justicia que a todos hacía sin permitir agravio a
ninguno. Particularmente notaron la suavidad e igualdad con que ellos dos
habían usado, y cuán justificada había sido la partición de sus tierras. Todo
lo cual bien mirado con los deudos y súbditos que consigo tenían, determi-
naron entre todos de entregarse al Inca y ser sus vasallos. También lo hicie-
ron porque vieron que el Imperio del Inca llegaba ya muy cerca de sus es-
tados y que otro día se los había de ganar con fuerza, porque ellos no eran
poderosos para resistirle. Quisieron como discretos ser vasallos voluntarios
y no forzados, por no perder los méritos que los tales adquirían con los In-
cas. Con este acuerdo se pusieron ante él y le dijeron suplicaban a Su Ma-
jestad los recibiese en su servicio, que querían ser vasallos y criados del hiío
del Sol, y que desde luego le entregaban sus estados; que Su Majestad enviase
gobernadores y ministros que enseñasen a aquellos nuevos súbditos lo que
hubiesen de hacer en su servicio.
El Inca dijo que les agradecía su buen ánimo y tendría cuenta de ha-
cerles merced en todas ocasiones. Mandóles dar mucha ropa de vestir, de
la del Inca pare los caciques, y de la otra, no tan subida, para sus parien-
tes; hízoles otras mercedes de mucho favor y estima, con que los curacas
quedaron muy contentos. De esta manera redujo el Inca a su Imperio muchas
provincias y pueblos que en el distrito de Collasuyu poseían aquellos dos
caciques, que entre otros fueron Pocoata, Murumuru, Maccha, Caracara y
todo lo que hay al levante de estas provincias hasta la gran cordillera de los
Antis, y más todo aquel despoblado grande que llega hasta los términos de
la gran provincia llamada Tapac-ri, que los españoles llaman Tapacari, el
cual despoblado tiene más de treinta leguas de travesía de tierra muy fría
y, por serlo tanto, está despoblada de habitantes, pero, por los muchos
pastos que tiene, llena de innumerable ganado bravo y doméstico y de mu-
chas fuentes de agua tan caliente que no pueden tener la mano dentro un
avemaría, y en el vaho que el agua echa al salir se ve dónde está la fuente,
aunque esté lejos. Y esta agua caliente toda hiede a piedra azufre, y es de
notar que entre estas fuentes de agua tan caliente hay otras de agua fri-
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