Page 194 - Comentarios_reales_1_Inca_Garcilaso_de_la_Vega
P. 194
se valen de otra madera, delgada como el muslo, liviana como la higuera;
la mejor, según decían los indios, se criaba en las provincias de Quito, de
donde la llevaban por mandado del Inca a todos los ríos. Hadan de ella
balsas grandes y chicas, de cinco o de siete palos largos, atados unos con
otros: el de en medio era más largo que todos los otros: los primeros cola-
terales eran menos largos, luego los segundos eran más cortos y los terceros
más cortos, porque así cortasen mejor el agua, que no la frente toda
pareja y la misma forma tenían a la popa que a la proa. Atábanles dos cor-
deles, y por ellos tiraban para pasarla de una parte a otra. Muchas veces,
a falta de los balseros, los mismos pasajeros tiraban de la soga para pasar
de un cabo al otro. Acuérdome haber pasado en algunas balsas que eran del
tiempo de los Incas, y los indios las tenían por veneraci6n.
Sin las balsas, hacen otros barquillos más manuales: son de un haz
rollizo de enea, del grueso de un buey; átanlo fuertemente, y del medio
adelante lo abusan y lo levantan hacia arriba como proa de barco, para que
rompa y corte el agua; de los dos tercios atrás lo van ensanchando; lo alto
del haz es llano, donde echan la carga que ha de pasar. Un indio solo go•
bierna cada barco de éstos; p6nese al cabo de la popa y échase de pechos
sobre el barco, y los brazos y piernas le sirven de remos, y así lo lleva al
amor del agua. Si el río es raudo va a salir den pasos y doscientos más aba-
jo de como entr6. Cuando pasan alguna persona, lo echan de pechos a la
larga sobre el barco, la cabeza hacia el barquero; mándanle que se asga a los
cordeles del barco y pegue el rostro con él y no levante ni abra los ojos a
mirar cosa alguna. Pasando yo de esta manera un río caudaloso y de mucha
corriente ( que en los semejantes es donde lo mandan, que en los mansos no
se les da nada), por los extremos y demasiado encarecimiento que el indio
barquero hada mandándome que no alzase la cabeza ni abriese los ojos, que
por ser yo muchacho me ponía unos miedos y asombros como que se hun-
diría la tierra o se caerían los cielos, me dio deseo de núrar por ver si veía
algunas cosas de encantanúento o del otro mundo. Con esta codicia, cuando
sentí que íbamos en medio del río, alcé un poco la cabeza y miré el agua
arriba, y verdaderamente me pared6 que caíamos del cielo abajo, y esto fue
por desvanecérseme la cabeza por la grandísima corriente de río y por la
furia con que el barco de enea iba cortando el agua al amor de ella. For-
zóme el miedo a cerrar los ojos y a confesar que los barqueros tenían razón
en mandar que no los abriesen.
Otras balsas hacen de grandes calabazas enteras enredadas y fuerte-
mente atadas unas con otras en espacio de vara y media en cuiidro, más y
menos, como es menester. Echan de por delante un pretal como a silla de
caballo, donde el indio barquero mete la cabeza y se echa a nado y lleva
sobre sí nadando la balsa y la carga hasta pasar el rfo o la bahía o estero del
mar. Y ·si es necesario lleva detrás un indio o dos ayudantes que van nadan-
do y empujando la balsa.
155