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En los ríos grandes, que por su mucha corriente y ferocidad no consien-
ten que anden sobre ellos con balsas de calabazas ni barcos de enea, y que
por los muchos riscos y peñas que a una ribera y a otra tienen no hay playa
donde pueden embarcar ni desembarcar, echan por lo alto, de una sierra a
otra, una maroma muy gruesa de aquel su cáñamo que llaman cháhuar:
átanla a gruesos árboles o fuertes peñascos. En Ia maroma anda una canasta
de mimbre con una asa de madera, gruesa como el brazo; es capaz de tres
o cuatro personas. Trae dos sogas atadas, una a un cabo y otra a otro, por
las cuales tiran de la canasta para pasarla de la una ribera a la otra. Y como
la maroma sea tan larga, hace mucha vaga y caída en medio; es menester
ir soltando la canasta poco a poco hasta el medio de la maroma, porque va
muy cuesta abajo, y de allí adelante la tiran a fuerza de brazos. Para esto
hay indios que las provincias comarcanas envían por su rueda, que asistan
en aquellos pasos para los caminantes, sin interés alguno; y los pasajeros
desde la canasta ayudaban a tirar de las sogas, y muchos pasaban a solas
sin ayuda alguna; metl'.anse de pies en la canasta, y con las manos iban
dando pasos por la maroma. Acuérdome haber pasado por esta manera de
pasaje dos o tres veces, siendo bien muchacho, que apenas había salido de
la niñez; por los caminos me llevaban los indios a cuestas. También pasaban
su ganado en aquellas canastas, siendo en poca cantidad, empero con mucho
trabajo, porque lo maniatan y echan en la canasta, y así lo pasan con mucha
cansera. Lo mismo hacen con el ganado menor de España, como son ovejas,
cabras y puercos. Pero los animales mayores, como caballos, mulos, asnos
y vacas, por la fortaleza y peso de ellos, no los pasan en las canastas, sino
que los llevan a las puentes o a los vados buenos. Esta manera de pasaje
no la hay en los caminos reales, sino en los particulares que los indios tienen
de unos pueblos a otros; llámanle uruya.
Los indios de toda la costa del Perú entran a pescar en la mar en los
barquillos de enea que dijimos: entran cuatro y cinco y seis leguas la mar
adentro y más si es menester, porque aquel mar es manso y se deja hollar de
tan flacos bajeles. Para llevar o traer cargas mayores usan de las balsas de ma-
dera. Los pescadores, para andar por la mar, se sientan sobre sus piernas,
poniéndose de rodillas encima de su haz de enea, van bogando con una caña
gruesa de una braza en largo, hendida por medio a la larga. Hay cañas en aquella
tierra tan gruesas como la pierna y el muslo; adelante hablaremos más largo
de ellas. Toman la caña con ambas manos para bogar; la una ponen en el un
cabo de la caña y la otra en medio de ella. El hueco de la caña les sirve de pala
para hacer mayor fuerza en el agua. Tan presto como dan el golpe en el agua
al lado izquierdo para remar, tan presto truecan las manos, corriendo la caña
por ellas y para dar el otro golpe al lado derecho, y donde tenían la mano
derecha ponen la izquierda y donde tenían la izquierda ponen la derecha: de esta
manera van bogando y trocando las manos y la caña de un lado a otro, que,
entre otras cosas de admiración que hacen en aquel su navegar y pescar, es
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