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aplauso  de  los  naturales.  De  allí  bajó  a  la  costa  del  mar,  que  los  españoles
            llaman  los  llanos,  y  llegó  al  primer  valle  que  hay  por  aquel  paraje,  llamado
            Nanasca  --quiere  decir  lastimada  o  escarmentada,  y  no  se  sabe  a  qué  pro-
            pósito  le  pusieron  este  nombre,  que  no  debía  de  ser  acaso,  sino  por  algún
            castigo  u  otra  plaga  semejante  (los  españoles  le  llaman  Lanasca)-,  donde
            asimismo  fue  recibido  el  Inca  con  mucha  paz  y  obedecido  llanamente,  y  lo
            mismo pasó en  todos  los  demás  valles  que  hay  desde  Nanasca  hasta  Arequipa,
            la  costa  adelante,  en  espacio  de  más  de  ochenta  leguas  de  largo  y  catorce  y
            quince  de  ancho.  Los  valles  más  principales  son  Hacari  y  Camata,  en  los
            cuales  había  veinte  mil  vecinos;  otros  valles  hay  pequeños,  de  menos  con-
            sideración,  que  son  Atku,  Ucuña,  Atiquipa  y  Quelka.  Todos  los  redujo  el
            príncipe  Inca  Roca  a  su  obediencia  con  mucha  facilidad,  así  porque  no  te-
            nían  fuerzas  para  resistirle  como  porque  estaban  desnudos,  y  cada  valle  de
            los  pequeños  tenía  un  señorete  de  por  sí,  y  los  mayores  tenían dos  y  tres  y
            entre  ellos  había  pendencias  y  enemistades.
                Será  raz6n,  pues  estamos  en  el  puesto,  no  pasar  adelante sin  dar  cuenta
            de  un caso  extraño  que  pasó  en  el  valle  de  Hacari  poco  después  que  los  es-
            pañoles  lo  ganaron,  aunque  lo  anticipemos  de  su  tiempo,  y  fue  que  dos  cu-
            racas  que  en  él  había,  aún  no  bautizados,  tuvieron grandes  diferencias  sobre
            los  términos;  tanto,  que  llegaron  a  darse  batalla  con  muertes  y  heridas  en
            ambas  partes,  Los  gobernadores  españoles  enviaron  un  comisario  que  hiciese
            justicia  y  los  concertase  de  manera  que  fuesen  amigos.  El  cual  partió  los
            términos  como  le  pareció  y mand6  a  los  curacas  que  tuviesen  paz  y  amistad.
            Ellos  la  prometieron,  aunque  el  uno,  por  sentirse  agraviado  en  la  partición,
            qued6  con  pasi6n  y  quiso  vengarse  de  su  contrario  secretamente,  debajo  de
            aquella  amistad,  Y  así,  el  día  que  se  solemnizat9n  las  paces,  comieron  todos
            juntos,  quiero  decir  en  una  plaza,  los  unos  fronteros  de  los  otros.  Y  acabada
            la comida,  se levantó el curaca  apasionado y llevó dos casos  de su brebaje para
            brindar a  su  nuevo  amigo  (como  lo  tienen  los  indios  de  común  costumbre);
            llevaba  el  uno  de  los  vasos  atosigado  para  lo  matar  y,  llegando  ante  el  otro
            curaca,  le  convidó  con  el  vaso.  El  convidado,  o  que  viese  demudado  al  que
            le  convidaba  o  que  no  tuviese  tanta  satisfacción  de  su  condición  como  era
            menester para fiarse  de él,  sospechando lo  que fue  le  dijo:  "Dame tú ese otro
            vaso  y bébete ése".  El curaca,  por  no  mostrar flaqueza,  con  mucha  facilidad
            trocó  la  manos  y  dio  a  su  enemigo  el  vaso  saludable  y  se  bebió  el  mortí-
            fero,  y  dende  a pocas  horas  reventó,  así  por  la  fuerza  del  veneno  como  por
            la  del  enojo  de  ver  que  por  matar  a  su  enemigo  se  hubiese  muerto  a  sí
           propio.








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