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plaza quemasen vivos los que hallasen no solamente culpados sino indicia-
dos, por poco que fuese; asimismo quemasen sus casas y las derribasen por
tierra y quemasen los árboles de sus heredades, arrancándolos de raíz, por
que en ninguna manera quedase memoria de cosa tan abominable, y prego-
nasen por ley inviolable que de allí adelante se guardasen de caer en seme-
jante delito, so pena de que por el pecado de uno sería asolado todo su pueblo
y quemados sus moradores en general, como entonces lo eran en particular.
Lo cual todo se cumplió como el Inca lo mandó, con grandísima admi-
ración de los naturales de todos aquellos valles del nuevo castigo que se hizo
sobre el nefando; el cual fue tan aborrecido de los Incas y de toda su ge-
neración, que aun el nombre solo les era tan odioso que jamás lo tomaron
en la boca, y cualquiera indio de los naturales del Cuzco, aunque no fuese
de los Incas, que con enojo, riñendo con otro, se lo dijese por ofensa, que-
daba el mismo ofensor por infame, y por muchos días le miraban los demás
indios como a cosa vil y asquerosa, porque había tomado tal nombre en la
boca.
Habiendo el general y sus maeses de campo concluido con todo lo
que el Inca les envió a mandar, se volvieron al Cuzco, donde fueron reci-
bidos con triunfo y les hicieron grandes mercedes y favores. Pasados algunos
años después de la conquista que se ha dicho, el Inca Cápac Yupanqui deseó
hacer nueva jornada por su persona y alargar por la parte llamada Collasuyu
los términos de su Imperio, porque en las dos conquistas pasadas no habían
salido del distrito llamado Cuntisuyu. Con este deseo mandó que para el año
venidero se apercibiesen veinte mil soldados escogidos.
Entre tanto que la gente se aprestaba, el Inca proveyó lo que convenía
para: el gobierno de todo su reino. Nombró a su hermano, el general Au-
quititu, por gobernador y lugarteniente. Mandó que los cuatro maeses de
campo que con él habían ido quedasen por consejeros del hermano. Eligió
para que fuesen consigo cuatro maeses de campo y otros capitanes que go-
bernasen el ejército, todos Incas, porque habiéndolos, no podían los de otra
nación ser capitanes, y aunque los soldados que venían de diversas provin-
cias trajesen capitanes elegidos de su misma nación, luego que llegaban al
ejército real daban a cada capitán extranjero un Inca por superior, cuya
orden y mandado obedeciese y guardase en las cosas de la milicia como su
teniente: de esta manera venía a ser todo el ejército gobernado por los In-
cas, sin quitar a las otras naciones los cargos particulares que traían por que
no se desfavoreciesen ni desdeñasen ni se. los quitasen. Porque los Incas,
en todo lo que no era contra sus leyes y ordenanzas, siempre mandaban se
diese gusto y contento a los curacas y a las provincias de cada nación: por
esta suavidad de gobierno que en toda cosa había, acudían los indios con
tanta prontitud y amor a servir a los Incas. Mandó que el príncipe, su
heredero, le acompañase, para que se ejercitase en la milicia, aunque era
de poca edad.
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