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todos deseaban conocerlos. El uno de aquellos señores se llamaba Cari y el
otro Chipana: los mismos nombres tuvieron sus antepasados, desde los pri-
meros; querían los sucesores conservar la memoria con sus nombres, here-
dándolos de uno en otro, por acordarse de sus mayores e imitarles, porque
fueron valerosos. Pedro de Cieza de León, capítulo ciento, toca esta historia
brevemente, aunque la pone mucho después de cuando pasó: llama al uno
de los curacas Cari y al otro Zapana. Los cuales, como supiesen que el Inca
ancbba conquistando cerca de sus provincias, le enviaron mensajeros dándole
cuenta de sus guerras y pendencias, suplicándole tuviese por bien darles
licencia para que fuesen a besarle las manos y hacerle más larga relación
de sus pasiones y diferencias, para que Su Majestad las concertase y avinie-
se, que ellos protestaban pasar por lo que el Inca les mandase, pues todo el
mundo le confesaba por hijo del Sol, cuya rectitud esperaban haría justicia
a ambas las partes, de manera que hubiese paz perpetua.
El Inca oyó los mensajeros y respondió que los curacas viniesen cuando
bien les estuviese, que él procuraría concertarlos, y esperaba ponerlos en
paz y hacerles amigos, porque las leyes y ordenanzas que para ello les daría
serían decretadas por su padre el Sol, a quien consultaría aquel caso para
que fuese más acertado lo que sobre él determinase. Con la respuesta hol-
garon mucho los curacas y, desde a pocos días, vinieron a Paria, donde el
Inca estaba, y entraron ambos en un día por diversas partes, que así lo
habían concertado. Puestos ante el Rey, le besaron las manos igualmente,
sin quererse aventajar el uno del otro. Y Cari, que tenia sus tierras más cerca
de las del Inca, habló en nombre de ambos y dio larga cuenta de la discordia
que entre ellos había y las causas de ella. Dijo que unas veces era de envidia\
que cada uno tenía de las hazañas y ganancias del otro y que otras veces era
ambición y codicia por quitarse los estados, y cuando menos era sobre los
términos y jurisdicción; que suplicaban a Su Majestad los concertase, man-
dando lo que más gustase, que a eso venían ambos, cansados ya de las gue-
rras que de muchos años atrás entre ellos había. El Inca, habiéndolos re-
cibido con la afabilidad acostumbrada, mandó que asistiesen algunos días
en su ejército, y que dos capitanes Incas de los más ancianos enseñase cada
uno al suyo las leyes, fundadas en la ley natural, con que los Incas gober-
naban sus reinos para que sus vasallos viviesen en paz, respetándose unos
a otros, así en la honra como en la hacienda. Y para lo de las diferencias
que tetúan acerca de sus términos y jurisdicción sobre que fundaban sus
guerras, envió dos Incas parientes suyos para que hiciesen pesquisa en las
provincias de los curacas y supiesen de raíz las causas de aquellas guerras.
Habiéndose informado el Inca de todo, y consultándolo con los de su Con•
sejo, llamó los curacas y en breves palabras les dijo que su padre el Sol les
mandaba que para tener paz y concordia guardasen las leyes que los Incas
les habían enseñado, y mirasen por la salud y aumento de los vasallos, que
las guerras más eran para destruirse y destruirlos que para aumentarlos;
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