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Todas estas razones miraban los indios con grandísima atención y las guar-
daban en sumo grado, porque a sus Reyes, demás de la majestad real, como
ya se ha dicho, los tenían por dioses.
CAPITULO VI
DE CUALES MUJERES HACIA MERCED EL INCA
ERDAD ES que los Incas daban mujeres de su mano a las personas be-
V neméritas en su servicio, como curacas y capitanes y otros .semejantes.
Empero, eran hijas de otros capitanes y de otros curacas, las cuales el Inca
tomaba para darlas por mujeres a los que le habían servido; y no se tenía
por menos favorecido y menos gratificado aquel a quien pedían la hija que
al que se la daban, porque se había acordado el Inca de su hija para la pedir
y hacer joya propia y darla de su mano al que le había servido, que en las
mercedes que el Inca hacía no se estimaba tanto la dádiva, por grande que
fuese, como el haber sido de mano de la majestad del Inca, porque se tenía
por merced divina y no humana.
También daba el Inca, aunque raras veces, mujeres bastardas de su
sangre real por mujeres a curacas señores de grandes provincias; así por
hacerles merced como por obligarles con ella a que le fllesen leales vasallos.
Y de esta manera, habiendo tantas mujeres que dar, no tenía el Rey nece-
sidad de dar mujeres de las que se le habían dedicado en las dichas casas:
porque le fuera menoscabo a él y a la mujer y a su religión, que ellos tuvie-
ron por inviolable, porque pudiendo las legítimas ser mujeres del Sol, como
está dicho, o del Inca, como era costumbre tomar concubinas de su sangre
real, o pudiendo ser mujer de otro Inca legitimo, que en estos tres estados
no salían de lo que tenían por divino, no era lícito que fuera mujer de un
hombre humano, por gran señor que fuera, que era bajar de su deidad
aquella sangre que tenían por divina. Y porque la bastarda ya estaba decaída
de su falsa divinidad, no se le hacía agravio en darla por mujer a un gran
señor.
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