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y  nunca  faltó  esta  suceston  en  doce  Reyes  que  reinaron  hasta  los  españoles.
          En  los  curacas,  señores  de  vasallos,  hubo  diferentes  costumbres  en  la  he-
          rencia  de  los  estados.  En  unas  provincias  heredaba  el  hijo  primogénito,  su-
          cediendo  llanamente  de  padres  a  hijos.  En  otras  heredaba  el  hijo  más  bien-
          quisto de  sus  vasallos,  amado  por  su  virtud  y  afabilidad,  que  parece  elección,
          más  que  no  herencia.  Esta  ley  era  freno  para  que  ninguno  de  los  hijos  del
          curaca  fuese  tirano  mal  acondicionado,  sino  que  cada  uno  de  ellos  procurase
          merecer  la  herencia  del  estado  y  señorío  por  su  bondad  y  valor,  obligando
          a  los  vasallos  a  que  lo  pidiesen  por  señor  porque  era  virtuoso.
               En  otras  provincias  heredaban  todos  los  hijos  por  su  antigüedad,  que,
          muerto  el  padre,  sucedía  el  hijo  mayor  y  luego  el  segundo  y  tercero,  etc.,  y
          muertos  todos  los  hermanos,  volvía  la  herencia  a  los  hijos  del  mayor,  y  des-
          pués  a  los  del  segundo  y  tercero,  etc., y  así  iban  en una  muy  cansada  espe-
          ranza.  De  haber  oído  esta  manera  de  heredar  de  algunos  curacas,  se  engañó
          un  historiador  español,  diciendo  que  era  común  costumbre  en  todo  el  Perú,
          no  solamente  en  los  caciques  mas  también  en  los  Reyes,  heredar  los  herma-
          nos  del  Rey  y  luego  los  hijos  de  ellos,  por  su  orden  y  antigüedad;  lo  cual
          no  hubo  en  los  Reyes  Incas,  sino  en  algunos  curacas,  como  hemos  dicho.
              Las  tres  diferentes  costumbres  o  leyes  que  los  señores  de  vasallos  en
          diversas  provincias  tenían  para  heredar  sus  estados  no  las  hicieron  los  In-
          cas,  porque  sus  leyes  y  ordenanzas  eran  comunes  y generales  para  todos  sus
          reinos.  Los  curacas  las  tenían  y  usaban  antes  del  Imperio  de  los  Incas,  y
          aunque  ellos  los  conquistaron  después,  así  como  no  les  quitaban  los  estados,
          tampoco  les  quitaban  las  costumbres  que  en  su  antigüedad  tenían,  como  no
          fuesen  contrarias  a  las  que  ellos  mandaban  guardar.  Antes  confirmaron  mu-
          chas  de  ellas  que  les  parecieron  buenas,  particularmente  la  costumbre  de
          heredar el estado el  hijo  más  virtuoso  y más  bienquisto,  que  les  pareció  muy
          loable,  y  así  la  aprobaron  y  mandaron  que  se  guardase  donde  se  hubiese
          usado  y  donde  quisiesen  usarla.  Y  un  Rey  de  ellos  hubo  que  quiso  valerse
          de  esta  ley  de  los  curacas  contra  la  aspereza  y  mala  condición  del  príncipe,
          su  hijo  primogénito,  como  en  su  lugar  veremos.  En  un  pueblo que está  cua-
          renta  leguas  al  poniente  del  Cuzco  que  yo  vi  --es  de  la  nación  Quechua,
          dícese  Sutcunca- acaeció  lo  que  se  dirá,  que  es  a  prooósito  de  las  heren-
          cias  diferentes  de  aquella  tierra.  El  curaca  del  pueblo  se  llamaba  don  García.
          El  cual,  viéndose  cerca  de  morirse,  llamó  cuatro  hijos  varones  que  tenía  y
          los  hombres  nobles  de  su  pueblo  y les  dijo  por  vfa  de  testamento  que  guar-
          dasen  la  ley  de  Jesucristo  que  nuevamente  habían  recibido,  y  que  siempre
          diesen  gacias  a  Dios  por  habérsela  enviado,  sirviesen  y  respetasen  mucho
          a  los  españoles  porque  se  la  habían  llevado:  particulannente  sirviesen  a  su
          amo  con  mucho  amor  porque  les  había  cabido  en  suerte  para  ser  señor  de
          ellos.  Y a  lo  último  les  dijo:  "Bien  sabéis  que segÚn  la  costumbre de nuestra
          tierra  hereda  mi  estado  el  más  virtuoso  y  más  bienquisto  de  mis  hijos;  yo
          os  encargo  escojáis  el  que  fuere  tal,  y  si  entre  ellos  no  lo  hubiere,  os  man-

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