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que,  yendo  o  viniendo  de  las  aldeas  a  la  ciuaad,  y  pasando  de  un  barrio  a
          otro  a  visitarse  en  ocasiones  forzosas,  llevaban  recaudo  para  dos  maneras  de
          hilado,  quiero  decir  para  hilar  y  torcer.  Por  el  camino  iban  torciendo  lo
          que  llevaban  hilado,  por  ser  oficio  más  fácil;  y  en  sus  visitas  sacaban  la
          rueca  del  hilado  e  hilaban  en  buena  conversación.  Esto  de  ir  hilando  o  tor-
          ciendo  por los  caminos  era  de  la  gente  común,  mas  las  Pallas,  que  eran  las
          de  la  sangre  real,  cuando  se  visitaban  unas  a  otras  llevaban  sus  hilados  y
          labores  con  sus  criadas;  y así  las  que  iban  a  visitar como las  visitadas  estaban
          en  su  conversación  ocupadas,  por  no  estar  ociosas.  Los  husos  hacen  de  caña,
          como  en  España  los  de  hierro;  échanles  torteros,  mas  no  les  hacen  huecas
          a  la  punta.  Con  la  hebra  que  van  hilando  les  echan  una  lazada,  y  al  hilar
          sueltan  el  huso  como  cuandó  tuercen;  hacen  la  hebra  cuan  larga  pueden;
          recógenla  en  los  dedos  mayores  de  la  mano  izquierda  para  meterla  en  el
          huso.  La  rueca  traen  en la  mano  izquierda,  y  no  en la  cinta:  es  de  una cuarta
          en  largo;  tiénenla  con  los  dedos  menores;  acuden  con  ambas  manos  a  adel-
          gazar  la  hebra  y  quitar  las  motas.  No  la  llegan  a  la  boca  porque  en  mis
          tiempos  no  hilaban  lino,  que  no  lo  había,  sino  lana  y  algodón.  Hilan  poco
          porque  es  con  las  prolijidades  que  hemos  dicho.






                                     CAPITULO  XIV

          COMO  SE  VISITABAN LAS  MUJERES,  COMO  TRATABAN SU  ROPA,
                            Y  QUE  LAS  RABIA  PUBLICAS


             I  ALGUNA  mujer  que  no  fuese  Palla,  aunque  fuese  mujer  de  curaca,  que
          S es  señor  de  vasallos,  iba  a  visitar  a  la  Palla  de  la  sangre  real,  no  llevaba
          hacienda  suya  que  hacer;  mas  luego,  pasadas  las  primeras  palabras  de  la
          visita  o  de  la  adoración,  que  más  era  adorarla,  pedía  que  le  diesen  qué
          hacer,  dando  a  entender  que  no  iba  a  visitar,  por no  ser igual,  sino  a  servir
          como  inferior  a  superior.  La  Palla,  por  gran  favor,  correspondía  a  esta
          demanda con darle algo de lo que ella misma hacía o alguna de sus hijas, por no
          la  igualar  con  las  criadas  si  mandase  darle  de  lo  que  ellas  hacían.  El  cual
          favor era  todo  lo  que  podía desear  la que  visitaba,  por haberse  humanado  la
          Palla  a  igualarla  consigo  o  con  sus  hijas.  Con  semejante  correspondencia
          de afabilidad  a humildad,  que  en  toda  cosa  mostraban,  se  trataban  las  muje-
          res  y  los  hombres  en  aquella  república,  estudiando  los  inferiores  cómo  ser-
          vir  y  agradar  a  los  superiores,  y  los  superiores  cómo  regalar  y  favorecer  a
          los  inferiores,  desde  el  Inca,  que  es  el  Rey,  hasta  el  más  triste  llamamíchec,
          que  es  pastor.
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