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De manera que eran cuatro las cosas que de obligación daban al Inca,
que eran: bastimentos de las propias tierras del Rey, ropa de lana de su
ganado real, armas y calzado de lo que había en cada provincia. Repartían
estas cosas por gran orden y concierto: las provincias que en el repartimiento
cargaban de ropa, por el buen aliño que en ellas había para hacerla, descar-
gaban de las armas y del calzado, y, por el semejante, a las que daban más
de una cosa, descargaban de otra; y en toda cosa de contribución había el
mismo respecto, de manera que ni en común ni en particular nadie se diese
por agraviado. Por esta suavidad que en su leyes había, acudían los vasa-
llos a servir al Inca con tanta prontitud y contento, que hablando en el
mismo propósito, dice un famoso historiador español estas palabras: "Pero
la mayor riqueza de aquellos bárbaros Reyes era ser sus esclavos todos sus
vasallos, de cuyo trabajo gozaban a su contento, y, lo que pone admiración,
scrvíanse de ellos por tal orden y por mi gobierno que no se le hacía ser-
vidumbre, sino vida muy dichosa". Hasta aquí es ajeno, y holgué ponerlo
aquí, como pondré en sus lugares otras cosas de este muy venerable autor,
que es el Padre Joseph de Acosta, de la Compañía de Jesús, de cuya auto-
ridad y de los demás historiadores españoles me quiero valer en semejantes
pasos contra los maldicientes, por que no digan que finjo fábulas en favor
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de la patria y de los parientes. Este era el tributo que entonces pagaban a
los Reyes idólatras.
Otra manera de tributo daban los impedidos que llamamos pobres, y
era que de tantos a tafltos días eran obligados a dar a los gobernadores de
sus pueblos ciertos cañutos de piojos. Dicen que los Incas pedían aquel tri-
buto porque nadie ( fuera de los libres de tributo) se ausentase de pagar
pecho, por pobre que fuese, y que a éstos se lo pedían de piojos, porque,
como pobres impedidos, no podían hacer servicio personal, que era el tri-
buto que todos pagaban. Peto t;¡mbién decían que la principal intención de
los Incas para pedir aquel tributo era celo amoroso de los pobres impedidos,
por obligarles a que se despiojasen y limpiasen, porque, como gente desas-
trada, no pereciesen comidos de piojos. Por este celo que en toda cosa tenían
los Reyes, les llamaban amadores de pobres. Los decuriones de a diez (que
en su lugar dijimos) tenían cargo de hacer pagar este tributo.
Eran libres de los tributos que hemos dicho todos los de la sangre real
y los sacerdotes y ministros de los templos y los curacas, que eran los se-
ñores de vasallos, y todos los maeses de campo y capitanes de mayor nom-
bre, ha5ta los centuriones, aunque no fuesen de la sangre real, y todos los
gobernadores, jueces y ministros regios mientras les duraban !os oficios que
administraban; todos los soldados que actualmente estaban ocupados en la
guerra, y los mozos que no llegaban a veinticinco años, porque hasta enton-
ces ayudaban a servir a sus padres y no podí:m casarse, y después de casados,
Repárese la honradez del Inca al dtar, cosa que no siempre ocurda en su época. y
su afán de set veraz y de merecer crédito.
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