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tiempo  de  los  Incas,  y  eran  de  los  más  aventajados,  porque  estaban  en  la
        casa  de  las  vírgenes  escogidas,  mujeres  del  Sol,  y  eran  hechos  para  el  ser-
        vicio  de  aquellas  mujeres.  Cuando  los  ví,  era  la  casa  de  los  hijos  de  Pedro
        del  Barco,  que  fueron  mis  condiscípulos.
             La  cosecha  del Sol  y la  del  Inca  se  encerraba cada  una  de  por  sí  aparte,
         aunque  en  unos  mismos  pósitos.  La  semilla  para  sembrarla  daba  el  dueño
         de  la  tierra, que es  el  Sol  o  el  Rey;  y  lo  mismo  era  el  sustento de  los  indios
         que  trabajaban,  porque  los  mantenían  de  la  hacienda  de  cada  uno  de  ellos,
         cuando  labraban  y  beneficiaban  sus  tierras;  de  manera  que  los  indios  no
         ponían  más  del  trabajo  personal.  De  la  cosecha  de  sus  tierras  particulares
         no  pagaban  los  vasallos  cosa  alguna  al  Inca.  El  Padre  Maestro  Acosta  dice
         lo  mismo  en  el  Libro  sexto,  capítulo  quince,  por  estas  palabras:  "La  tercera
         parte  de  tierras  daba  el  Inca  para  la  comunidad.  No  se  ha  averiguado  qué
         tanta  fuese  esta  parte,  si  mayor  o  menor  que  la  del  Inca  y  guacas,  pero  es
         cierto  que  se  tenía  atención  que  bastase  a  sustentar  el  pueblo.  De  esta  ter-
         cera  parte  ningún  particular  poseía  cosa  propia,  ni  jamás  poseyeron  los  in-
         dios  cosa  propia,  si  no  era  por  merced  especial  del  Inca,  y  aquello  no  se
         podía  enajenar  ni  aun  dividir  entre los  herederos.  Estas  tierras  de  comunidad
         se  repartían cada  año,  y  a  cada  uno  se  les  señalaba  el  pedazo  que  había  me-
         nester  para  sustentar  su  persona  y  la  de  su  mujer  e  hijos;  y  así  era  unos
         años  más  y  otros  menos,  según  era  la  familia,  para  lo  cual  había  ya  sus  me-
         didas  determinadas.  De  esto  que  a  cada  uno  se  le  repartía  no  daba  jamás
         tributo,  porque  todo  su  tributo  era  labrar  y  beneficiar  las  tierras  del  Inca
         y de  los  guacas  y ponerles en  sus  depósitos  los  frutos",  etc.  Hasta aquí es  del
         Padre  Acosta.  Llama  tierras  de  las  huacas  a  las  del  Sol,  porque  eran  de  lo
         sagrado.
             En  toda  la  provincia  llamada  Colla,  en  más  de  ciento  y  cincuenta  le-
         guas  de  largo,  por ser  la  tierra  muy  fría,  no  se  da el  maíz,  cógese  mucha  qui-
         nua,  que  es  como  arroz,  y otras semillas  y  legumbres  que  fructificaban  debajo
         de  tierra,  y  entre  ellas  hay  una  que  llaman  papa:  es  redonda  y  muy  húme-
         da,  y  por  su  mucha  humedad  dispuesta  a  corromperse  presto.  Para  preser-
         varla  de  corrupción  la  echan  en  el  suelo  sobre  paja,  que  la  hay  en  aquellos
         campos  muy  buena.  Déjanla  muchas  noches  al  hielo,  que  en  todo  el  año
         hiela  en  aquella  provincia  rigurosamente,  y  después  que  el  hielo  la  tiene
         pasada,  como  si  la  cocieran,  la  cubren  con  paja  y  la  pisan  con  tiento  y  blan-
         dura,  para  que  despiche  la  acuosidad  que  de  suyo  tiene  la  papa  y  la  que  el
         hielo  le  ha  causado;  y  después  de  haberla  bien  exprimido,  la  ponen  al  sol
         y  la  guardan  del  sereno  hasta  que está  del  todo  enjuta.  De  esta  manera  pre-
         parada,  se  conserva  la  papa  mucho  tiempo  y  trueca  su  nombre  y  se  llama
         chuñu.  Así  pasaban  toda  la  que  se  cogía  en  las  tierras  del  Sol  y  del  Inca,  y
         la  guardaban  en  los  pósitos  con  las  demás  legumbres  y  semillas.




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