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Las  últimas  que  labraban  eran  las  del  Rey:  beneficiábanlas  en  común;
           iban  a  ellas  y  a  las  del  Sol  todos  los  indios  generalmente,  con  grandísimo
          contento  y  regocijo,  vestidos  de  las  vestiduras  y  galas  que  para  sus  mayores
           fiestas  tenían  guardadas,  llenas  de  chapería  de  oro  y  plata  y  con  grandes
           plumajes  en  las  cabezas.  Cuando  barbechaban  (que  entonces  era  el  trabajo
          de  mayor  contento),  decían  muchos  cantares  que  componían  en  loor  de  sus
           Incas;  trocaban  el  trabajo  en  fiesta  y  regocijo,  porque  era  en  servicio  de  su
          Dios  y  de  sus  Reyes.
               Dentro  en  la  ciudad  del  Cuzco,  a  las  faldas  del  cerro  donde  está  la
           fortaleza,  había  un  andén  grande  de  muchas  fanegas  de  tierra,  y  hoy  estará
           vivo  si  ni  lo  han cubierto de  casas;  llámase  Collcampata.  El barrio  donde está
           tomó  el  nombre  propio  del  andén,  el  cual  era  particular  y  principal  joya  del
           Sol,  porque  fue  la  primera  que  en  todo  el  Imperio de  los  Incas  le  dedicaron.
           Este  andén  labraban  y  beneficiaban  los  de  la  sangre  real,  y  no  podían  tra-
           bajar otros  en  él  sino  los  Incas  y  Pallas.  Hacíase  con  grandísima  fiesta,  prin-
           cipalmente el  barbechar:  iban  los  Incas  con  todas  sus  mayores  galas  y arreos.
           Los  cantares  que  decían  en  loor  del  Sol  y  de  sus  Reyes,  todos  eran  com-
           puestos  sobre  la  significación  de  esta  palabra  hailli,  que  en  la  lengua  general
           del  Perú  quiere  decir  triunfo,  como  que  triunfan  de  la  tierra,  barbechándola
           y  desentrañándola  para  que  diese  fruto.  En  estos  cantares  entremetían  di-
           chos  graciosos,  de  enamorados  discretos  y  de  soldados  valientes,  todo  a  pro-
           pósito  de  triunfar  de  la  tierra  que  labraban;  y  así  el  retruécano  de  todas
           sus  coplas  era  la  palabra  hailli,  repetida  muchas  veces,  cuantas  eran  menester
           para  cumplir  el  compás  que  los  indios  traen  en  un  cierto  contrapaso  que
           hacen,  barbechando  la  tierra  con  entradas  y  salidas  que  hacen  para  tomar
           y  romperla  mejor.
               Traen  por  arado  un  palo  de  una  braza  en  largo;  es  llano  por  delante
           y  rollizo  por  detrás;  tiene  cuatro  dedos  de  ancho;  hácenle  una  punta  para
           que  entre  en  la  tierra;  media  vara  de  la  punta  hacen  un  estribo  de  dos  palos
           atados  fuertemente  al  palo  principal,  donde  el  indio  pone  el  pie  de  salto,  y
           con  la  fuerza  hinca  el  arado  hasta  el  estribo.  Andan  en  cuadrillas  de  siete
           en  siete  y  de  ocho  en  ocho,  más  y  menos,  como  en la  parentela  o  camarada,
           y,  apalancando  todos  juntos  a  una,  levantan  grandísimos  céspedes,  increíbles
           a  quien  no  los  ha  visto.  Y es  admiración  ver  que  con  tan  flacos  instrumentos
           hagan  obra  tan  grnnde,  y  la  hacen  con  grandísima  facilidad,  sin  perder  el
           compás  del  canto.  Las  mujeres  andan  contrapuestas  a  los  varones,  para  ayu-
           dar  con  las  manos  a  levantar  los  céspedes  y  volcar  las  raíces  de  las  yerbas
           hacia  arriba,  para  que  se  sequen  y  mueran  y haya  menos  que  escardar.  Ayu-
           dan  también  a cantar a  sus  maridos,  particularmente  con  el  retruécano  hailli.
               Pareciendo  bien estos  cantares de  los  indios y el  tono  de  ellos  al  maestro
           de  capilla  de  aquella  iglesia  catedral,  compuso  el  año  de  cincuenta  y  uno,
           o  d  de cincuenta  y dos,  una  chanzoneta en canto  de  órgano  para  la  fiesta  del
           Santísimo  Sacramento,  contrahecha  muy  al  natural  al  canto  de  los  Incas.  Sa-

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