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Al  respecto  de  las  tierras  que  daban  para  sembrar  el  maíz,  repartían
            las  que  daban  para  sembrar  las  demás  legumbres  que  no  se  regaban.
                A  la  gente  noble,  como  eran  los  curacas,  señores  de  vasallos,  les  daban
            las  tierras  conforme  a  la  familia  que  tenían  de  mujeres  e  hijos  y  concubinas,
            criados  y  criadas.  A  los  Incas,  que son  los  de  la  sangre  real,  daban  al  mismo
            respecto,  dondequiera  que  vivían,  de  lo  mejor  de  la  tierra;  y  esto  era  sin  la
            parte  común  que  todos  ellos  tenían  en  la  hacienda  del  Rey  y  en  la  del  Sol,
            como  hijos  de  éste  y  hermanos  de  aquél.
                Estercolaban  las  tierras  para  fertilizarlas,  y  es  de  notar  que  en  todo
            el  valle  del  Cnzco,  y  casi  en  toda  la  serranía,  echaban  al  maíz  estiércol  de
            gente,  porque  dicen  que  es  el  mejor.  Procúranlo  hacer  con  gran  cuidado  y
            diligencia,  y  lo  tienen  enjuto  y  hecho  polvo  para  cuando  hayan  de  sembrar
            el  maíz.  En  todo  el  Callao,  en  más  de  ciento  y  cinwe;1ta  leguas  de  largo,
            donde  por  ser  tierra  muy  fría  no  se  dn  el  maíz,  echan,  en  las  sementeras  de
            las  papas  y  las  demás  legumbres,  estiércol  de  ganado;  dicen  que  es  de  más
            provecho  que  otro  alguno.
                En  lñ  costa  de  la  mar,  desde  más  abajo  de  Arequipa  hasta  'i'arapaca,
            que  son  más  de  doscientas  leguas  de  costa,  no  echan  otro  estiércol  sino  el
            de  los  pájaros marinos, que  los  hay en  toda  la  c,1sta  del  Pe1ú  grandes  y chicos,
            y  andan  en  bandas  tan  grandes  que  son  inGdhles  si  no  se  ven.  Crían  en
            unos  islotes  despoblados  que  hay  por  aquella  costa,  v  es  tanto  el  estiém:il
            que  en  ellos  dejan,  que  también  es  increíble;  de  lejos· parecen  los  montones
            del  estiércol  puntas  de  alguna  sierra  nevada.  En  tiempo  de  los  Reyes  Incas
            había  tanta  vigilancia  en  guardar  aquellas  aves,  que  :11  tiempo  de  la  cría  a
            nadie  era  lícito  entrar en  las  islas,  so  pena  de  la  vida,  porque  no  las  asom-
            brasen  y  echasen  de  sus  nidos.  Tampoco  era  lícito  matarlas  en  ningún  tiem-
            po,  dentro  ni  fuera  de  las  islas,  so  la  misma  pena.
                Cada  isla  estaba,  por  orden  del  Inca,  señalada  para  tal  o  tal  provincia,
            Y si  la  isla  era  grande,  la  daban  a  dos  o  tres  provincias.  Poníanles  mojones
            por  que  los  de  la  una  provincia  no  se  entrasen  en  el  distrito  de  b  otra·  v
            repartiéndola  más  en  particular,  daban  con  el  mismo  límite  a  cada  pueblo' s¡1
            parte  y  a  cada  vecino  la  suya,  tanteando  !a  cantidad  de  estiércol  que  había
            menester,  y,  so  pena  de  muerte,  no  podfa  el  vecino  de  un  pueblo  tomar
            estiércol del  término  ajeno,  porque  era  hurto,  ni  de  su  mismo  término  podía
            sacar  más  de  la  cantidad  que  le  estaba  trisada  conforme  a  sus  tierras,  que
            le  era  bastante,  y  la  demasía  le  castigaban  por  el  desacato.  Ahora,  en  e3tos
            tiempos,  se  gasta  de  otra  manera.  Es  aquel  estiércol  de  los  pájaros  de  mu-
            cha  fertilidad.
                 En  otras  partes  de  la  misma  costa.  cumo  en  las  hoyas  de  Arica,  Atiqui-
            pa,  Uillacori,  Malla  y  Chillca  y  otros  valles,  estercolan  con  cabezas  de  sar-
            dinas,  y  no  con  otro estiércol.  Los  naturales  de estas  partes  que  hemos  nom-
            brado  y  de  otras  semejantes  viven  con  mucho  trabajo,  porque  no  tienen
            riego  de  agua,  de  pie  ni  llovediza  porgue,  como  Ci>  notorio,  en  más  de  sete-

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