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vez,  como  iban  sucediendo  las  hazas,  una  en  pos  de  otra.  No  era  preferido
            el  más  rico  ni  el  más  noble,  ni  el  privado  o  pariente del  curaca,  ni  el  mismo
            curaca,  ni  el  ministro  o  gobernador  del  Rey.  Al  que  se  descuidaba  de  regar
            su  tierra  en  el  espacio  de  tiempo  que  le  tocaba,  lo  castigaban  afrentosamente:
            dábanle  en  público  tres  o  cuatro  golpes  en  las  espaldas  con  una  piedra,  o  le
            azotaban  los  brazos  y piernas  con  varas  de  mimbre  por  holgazán  y  flojo,  que
            entre  ellos  fue  muy  vituperado;  a  los  cuales  llamaban  mizquitu!lu,  que  quie-
            re  decir  huesos  dulces,  compuesto  de  mizqui,  que  es  dulce,  y  de  tullu,  que
            es  hueso.





                                        CAPITULO  V

                            EL  TRIBUTO  QUE  DABAN  AL INCA
                             Y  LA  CUENTA  DE  LOS  ORONES


            y  A  QUE se  ha dicho de qué  manera  repartían los  Incas las  tierras y  de qué
                 manera  las  beneficiaban  sus  vasallos,  será  bien  que  digamos  el  tributo
            que  daban  a  sus  Reyes.  Es  así  que  el  principal  tributo  era  el  labrar  y  bene-
            ficiar  las  tierras  del  Sol  y  del  Inca  y  coger  los  frutos,  cualesquiera  que  fue-
            sen,  y  encerrarlos  en  sus  orones  y  ponerlos  en  los  pósitos  reales  que  había
            en  cada  pueblo  para  recoger  los  frutos,  y  uno  de  los  principales  frutos  era  el
            uchu,  que los  españoles  llaman  ají  y por otro  nombre  pimiento.
                A  los  orones  llaman  pirua:  son  hechos  de  barro  pisado,  con  mucha
            paja.  En  tiempo  de  sus  Reyes  los  hadan  con  mucha  curiosidad:  eran  largos,
            más  o  menos,  conforme  al  altor  de  las  paredes  del  aposento  donde  los  po-
            nían;  eran  angostos  y  cuadrados  y  enterizos,  que  los  debían  de  hacer  con
            molde  y de  diferentes  tamaños.  Hacíanlos  por cuenta y  medida,  unos  mayores
            que  otros,  de  a  treinta  hanegas,  de  a  cincuenta  y  de  a  ciento  y  de  a  doscien-
            tas,  más  y  menos,  como  convenía  hacerlos.  Cada  tamaño  de  orones  estaba
            en  su  aposento  de  por  sí,  porque  se  habían  hecho  a  medida  de  él;  poníanlos
            arrimados  a  todas  cuatro  paredes  y  por  medio  del  aposento;  por  sus  hiladas
            dejaban  calles  entre  unos  y otros,  para  henchirlos  y  vaciarlos  a  sus  tiempos.
            No los  mudaban de  donde  una  vez  los  ponían.  Para  vaciar  el  orón  hacían  por
            la  delantera de  él  unas  ventanillas  de  una  ochava  en  cuadro,  abiertas  por  su
            cuenta y  medida,  para  saber  por ellas  las  hanegas  que  se  habían  sacado  y  las
            que  quedaban  sin  haberlas  medido.  De  manera  que  por  el  tamaño  de  los
            orones  sabían  con  mucha  facilidad  el  mafz  que  en  cada  aposento  y  en  cada
            pósito  había,  y  por  las  ventanillas  sabían  lo  que  habían  sacado  y  lo  que
            quedaba  en  cada  orón.  Yo  ví  algunos  de  estos  orones  que  quedaron  del

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