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ellos ciegos, cojos y mudos y los demás pobres impedidos, para que gozasen
de la liberalidad real. En aquellas fiestas había danzas de doncellas, juegos
y regocijos de mozos, ejercicios militares de hombres maduros. Demás de
esto les daban muchas dádivas de oro y plata y plumas para adornar los
vestidos y arreos de las fiestas principales. Sin esto les hadan otras merce-
des de ropa de vestir y otras preseas, que entre ellos eran muy estimadas.
Con estos regalos y otros semejantes, regalaba el Inca los indios nuevamente
conquistados, de tal. manera que, por bárbaros y brutos que fuesen, se suje-
taban y unían a su amor y servicio con tal vínculo que nunca jamás provin-
cia alguna imaginó rebelarse. Y por que se quitasen del todo las ocasiones
de producir quejas, y de las quejas se causasen rebeliones, confirmaba y de
nuevo (por que fuesen más estimadas y acatadas) promulgaba todas las le-
yes, fueros y estatutos antiguos, sin tocar en cosa alguna de ellos, si no
eran los contrarios a la idolatría y leyes del Imperio. Mudaba, cuando era
menester, los habitadores de una provincia a otra; proveíanles de hereda-
des, casas, criados y ganados, en abundancia bastante; y en lugar de aqué-
llos, llevaban ciudadanos del Cuzco o de otras provincias fieles, para que,
haciendo oficio de soldados en presidio, enseñasen a los comarcanos las leyes,
ritos y ceremonias y la lengua general del reino.
"Lo restante del gobierno suave que los Reyes Incas tuvieron, en que
hicieron ventaja a todos los demás Reyes y naciones del Nuevo Mundo,
consta claro no solamente por las cuentas y nudos anales de los indios, mas
también por los cuadernos fidedignos, escritos de mano, que el visorrey don
Francisco de Toledo mandó a sus visitadores y jueces y a sus escribanos que
escribiesen, habiéndose informado largamente de los indios de cada provin-
cia, los cuales papeles están hoy en los archivos públicos, donde se ve claro
cuán benignamente trataron los Incas Reyes del Perú a los suyos. Porque,
como ya se ha dicho, sacadas algunas cosas que convenían para la seguridad
de todo el Imperio, todo lo demás de las leyes y derechos de los vasallos se
conservaban sin tocarles en nada. Las haciendas y patrimonios así comunes
como particulares mandaban los Incas que se sustentasen libres y enteras,
sin disminuirles parte alguna. Nunca permitieron que sus soldados robasen
ni saqueasen las provincias y reinos que por armas sujetaban y rendían; y
a los rendidos, naturales de ellas, en breve tiempo les proveían en gobiernos
de paz y en cargos de la guerra, como si los unos fueran soldados viejos del
Inca, de mucho tiempo atrás, y los otros fueran criados fidelísimos.
"La carga de los tributos que a sus vasallos imponían aquellos Reyes
era tan liviana que parecerá cosa de burla lo que adelante diremos, a los
que lo leyeren. Empero, los Incas, no contentos ni satisfechos con todas es-
tas cosas, distribuían con grandísima largueza las cosas necesarias para el
comer y el vestir, sin otros muchos dones, no solamente a los señores y a
los nobles, mas también a los pecheros y a los pobres, de tal manera que con
más razón se podrian llamar diligentes padres de familias o cuidadosos ma-
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