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diversas colores, para que después, conforme a aquellas condiciones, se les
impusiese la carga del tributo y las demás obligaciones que a las cosas y
obras públicas tenían. Nombraba diversos ministros para la guerra, como
generales, maeses de campo, capitanes mayores y menores, alféreces, sar-
gentos y cabos de escuadra. Unos eran de a diez soidados y otros de a cin-
cuenta. Los capitanes menores eran de a cien soldados, otros de a quinientos,
otros de a mil. Los maeses de campo eran de a tres, cuatro, cinco mil hom-
bres de guerra. Los generales, eran de diez mil arriba: llamábanles Hatun
Apu, que es gran capitán. A los señores de vasallos, como duques, condes
y marqueses, llamaban curaca, los cuales, como verdaderos y naturales se-
ñores, presidían en paz y en _guerra a los suyos: tenían potestad de hacer
leyes particulares y de repartir los tributos y de proveer a su familia y a
todos sus vasallos en tiempo de necesidad, conforme a las ordenanzas y es-
tatutos del Inca. Los capitanes mayores y menores, aunque no tenían auto-
ridad de hacer leyes ni declarar derechos, también sucedían por herencia en
los oficios, y en la paz nunca pagaban tributo, antes eran tenidos por libres
de pecho, y en sus necesidades les proveían de los pósitos reales y no de los
comunes. Los demás, inferiores a los capitanes, como son los cabos de es-
cuadra de a diez y de a cincuenta, no eran libres de tributo, porque no eran
de claro linaje. Podían los generales y los maeses de campo elegir los cabos
de escuadra; empero, una vez elegidos, no podían quitarles los oficios: eran
perpetuos. El tributo que pagaban era el ocuparse en sus oficios de decu-
riones; los cuales también tenían cuidado de mirar y visitar los campos y he-
redades, las casas reales y el vestir y los alimentos de la gente común. Otros
gobernadores y ministros nombraba el Inca, subordinados de menores a
mayvres, para todas las cosas del gobierno y tributos del Imperio, para que,
por su cuenta y razón, las tuviesen de manifiesto, para que ninguno pudiese
ser engañado. Tenían pastores mayores y menores, a los cuales entregaban
todo el ganado real y común, y lo guardaban con distinci6n y gran fideli-
dad, de manera que no faltaba una oveja, porque tenían cuidado de ahuyen-
tar las fieras, y no tenían ladrones, porque no los había, y así todos dormían
seguros. Había guardas y veedores mayores y menores de los campos y here-
dades. Había mayordomos y administradores, y jueces, visitadores. El oficio
de todos ellos era que a su pueblo, en común ni en particular, no faltase
cosa alguna de lo necesario, y habiendo necesidad (de cualquiera cosa que
fuese), luego al punto daban cuenta de ella a los gobernadores y a los curacas
y al mismo Rey, para que la proveyesen, lo cual ellos hacían maravillosamente,
principalmente el Inca, que en este particular en ninguna manera quería
que los suyos lo tuviesen por Rey, sino por padre de familias y tutor muy
diligente. Los jueces y visitadores tenían cuidado y diligencia que todos los
varones se ocupasen de sus oficios y de ninguna manera estuviesen ociosos;
que las mujeres cuidasen de aliñar sus casas, sus aposentos, sus vestidos y
comida, de criar sus hijos, finalmente, de hilar y tejer para su casa; que las
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