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José Gabriel Tupa Amaru" -se lamentaba el Obispo Moscoso, cuando
quería que los mandaran a la hoguera-, no se habría encendido la llama
de la Independencia en el Perú. Y si las Reales Ordenes de 1781 y 1782
mandaron recoger los ejemplares para que los naturales no aprendieran en
ellos "muchas cosas perjudiciales", al comenzar el siglo xrx el generalísimo
José de San Martín quiso reeditar la obra en un impulso de emoción nati-
vista, y el Libertador Sim6n Bolívar la leyó, la citó, la anotó.
Epílogo
El peruanismo del Inca Garcilaso, sin embargo, no es restringido ni
excluyente, sino de integración y de fusión. El mestizo cuzqueño sabía per-
fectamente que a mediados del siglo XVI ya no se podía revivir el T ahuantin-
suyo, porque los conquistadores españoles habían arrojado una semilla de
la que estaban brotando nuevos frutos en los campos de América. ("Fruta
nueva del Perú", llamó precisamente Felipe II a la traducción de León
Hebreo). Y sabía también que, a pesar de todas las leyes españolas y más
allá de los actos forzados o de las imitaciones voluntarias, tampoco se podía
implantar una artificial Nueva Castilla, si no había surgido algo distinto que,
simbólicamente, no tenía un nombre castellano ni quechua, sino se llamaba
con un vocablo espontáneo y criollo: el Perú. Extendiéndolo a América,
así habrá que entender la singularidad del mundo americano, al que --con
la frase del Inca Garcilaso- "con razón lo llaman Nuevo Mundo, porque
lo es en toda cosa".
AuRELIO Mrnó QUESADA
XLI