Page 166 - DERECHO INDÍGENA Y DERECHOS HUMANOS EN AMÉRICA LATINA (1988)
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tal. Muchos de ellos, desesperanzados de una "asimilación" que no es real y no
                  les deja ningún beneficio, retoman sus raíces y suelen ser los mejores luchadores
                  de nuestra causa, pues conocen el dolor, la humillación que significa perder la
                  identidad.

                         2. Los indígenas nos sentimos miembros de una sola civilización, pese a la
                  diversidad de lenguas y culturas. La llamada civilización occidental no sólo
                  muestra también una diversidad de lenguas y culturas, sino de sistema políticos y
                  económicos, pero esto no impide considerarla como una unidad coherente. Tal
                  civilización indígena de América se integra así con muchas etnias, y cada una de
                  éstas, con muchas comunidades y regiones. Claro que en varias regiones y
                  comunidades, la conciencia étnica y de formar parte de una civilización común ha
                  sido desplazada por la acción represiva de 450 años de colonialismo. Los
                  sistemas políticos intercomunales fueron destruidos, y las relaciones externas de
                  cada pueblo restringidas a la cabecera  local de dominación, a fin de evitar
                  acciones conjuntas de respuesta. Aislando a los pueblos, se facilitaba la
                  conquista. Hoy debemos revertir este proceso, recuperar nuestra etnicidad,
                  nuestra identidad histórica y afirmarnos con ella en el proceso de liberación.

                         3. Afirmar nuestra conciencia étnica no implica desconocer la conciencia de
                  clase. Creemos que las dos son necesarias. La primera nos  hará progresar en
                  cuanto pueblo históricamente diferenciado, y la segunda nos permitirá identificar y
                  combatir a nuestros enemigos internos, como los caciques y otros explotadores, a
                  la vez que nos da un punto de unión con el resto de los explotados del país y del
                  mundo, de quienes pedimos un apoyo desinteresado, honesto, a nuestra lucha.
                  Para que esta alianza sea realidad es fundamental que como compañeros y no en
                  tren de mando, con el solo afán de manipularnos electoralmente o para sus
                  causas. Sólo en la igualdad puede consolidarse la unión. Si actualmente las
                  alianzas entre las organizaciones indígenas y las obreras dejan algo que desear
                  en América, no se puede echar la culpa al indígena, sino a estas últimas, por el
                  complejo de superioridad con que actúan frente a él, desplazándolo de las esferas
                  de decisión y no tomando en cuenta su pensamiento político ni su visión del
                  mundo.
                                                                   Pacto del Valle Matlazinca Temoaya,
                                                                   Estado de México, 8 de julio de 1979
















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