Page 61 - LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION
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PROTOCOLO XVIII.
Medidas de seguridad.- Vigilancia sobre los conspiradores.- Una guardia
invisible es la ruina del poder.- La guardia del rey de los Judíos.- El prestigio místico
del poder.- Prisión a la primera sospecha.
Cuando sea necesario aumentar las medidas de precaución por medio de la
policía (que tanto desprestigian a los gobiernos), simularemos desórdenes y
manifestaciones de descontento valiéndonos para ello de buenos oradores.
Las personas que efectivamente alimenten sentimientos contrarios a
nosotros, se unirán a aquellos que van desempeñando el papel que nosotros les
hemos encomendado. Esto nos dará pie para autorizar pesquisas, cacheos y
vigilancias especiales, para las que nos valdremos, como agentes, de los servidores
que hayamos entresacado de la policía de los Gentiles. Como la mayoría de los
conspiradores lo son por amor al arte, y por fanfarronada, no les causaremos daño
alguno mientras no lleguen a vías de hecho; lo único que haremos será tenerlos bien
vigilados. No hay que olvidar que el prestigio del poder se menoscaba si con
frecuencia se descubren conspiraciones; esto implica una confesión de la
impotencia del gobierno, o lo que es todavía peor, de la injusticia de su propia
causa. Vosotros no ignoráis que el prestigio de los reyes y gobernantes Gentiles lo
hemos destruido nosotros por medio de frecuentes atentados cometidos por
nuestros agentes, que no son sino estúpidos borregos de nuestro rebaño; es cosa
agradable impulsar al crimen por medio de unas cuantas frasecillas de sabor liberal,
con un tinte político. Obligaremos a los gobernantes a reconocer su impotencia por
las medidas de seguridad que se verán obligados a tomar manifiestamente, y por
este medio, aminoraremos su prestigio.
Nuestro gobierno será custodiado por una guardia secreta, que casi nadie
advertirá, porque no admitimos ni siquiera la idea de que pueda existir un partido o
facción contrarios, que no esté en condiciones de combatir y que tuviera que
cuidarse de ellos. Si admitiéramos esta idea, como lo hacen todavía los Gentiles,
habríamos firmado una sentencia de muerte, si no la del soberano mismo, la de su
dinastía en un porvenir no lejano. Según las apariencias rigurosamente observadas,
nuestro gobierno no se servirá del poder sino para bien del pueblo, y no para
provecho personal ni de su dinastía. Así, guardando esta conducta honrada y
decorosa, su poder será honrado y respetado y defendido por sus mismos súbditos;
se le adorará bajo la idea de que el bienestar de cada uno de los súbditos depende
del orden y de la economía social.
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