Page 239 - Egipto Tomo 1
P. 239

226                     EL CAIRO
                olvidar jamás la época de su permanencia en el Cairo, juzgándola como tiempo pasado en
                el país de los encantos y de las maravillas.
                  Pasear aquí al acaso, es lo mismo que encontrarse siempre con algo nuevo y desconocido:
                contemplación, es sinónimo de goce: observar vale lo mismo que aprender. No hay quien
                haya visitado el Cairo sin provecho, ni quien se haya separado de él sin pesar: las múltiples
                 variadas impresiones que en  él recibe  el  viajero,  viven durante largo tiempo en
               y                                                       los
               recuerdos que bullen en su mente, en tanto que en el fondo de su corazón siente un pesar,
               una amargura, algo como nostalgia que le atrae hácia el Nilo, cual si fuera este un amigo
               que con la mano hiciera ademan de llamarle. «Quien ha bebido una vez el agua del rio,
               »dice el proverbio árabe, en tiempo alguno lo olvida: no se extravia impunemente el viajero
               »en los frondosos bosques de palmeras.»
                 ¿De dónde nace  el atractivo, mejor aún la fascinación ejercida por esta ciudad, en el
               ánimo del que en ella mora? Difícil es decirlo; porque aún fijándonos en lo que tiene de
               más notable, dista mucho de reunir las condiciones que son menester para darle el título
               de hermosa ciudad. La montaña sobre cuya falda se levanta, hállase desnuda de vegetación:
               .comparada con las demás ciudades de Oriente, puede considerarse  la más moderna: sólo
               en una cosa es superior á cuantas conocemos, y ésta consiste en la diversidad de aspectos
               que ofrece: en este punto no tiene rival; pues en  el breve espacio de una corta caminata
               es posible distinguir elementos numerosos de civilizaciones distintas, manifestaciones artís-
               ticas completamente diversas, contrastes naturales que en parte alguna del mundo seria
               posible encontrar. Y es que en el Cairo «se dan la mano las tres partes del mundo.»
                  Todavía no nos hemos sacudido el polvo de que ha cubierto nuestros vestidos el viento
               del desierto al recorrer los grandiosos restos de la ciudad de los faraones, y nos encontramos
               ya en medio de una calle espaciosa, cuidadosamente regada, que flanquean magníficas casas,
               semejantes á las de las mejores ciudades de Europa; pero adelantamos algunos pasos, y
               nos encontramos  encajonados  entre  las  elevadas paredes de una  callejuela tortuosa y
               sombría. Ni una ventana al través de cuyas diáfanas vidrieras puedan establecerse rela-
               ciones entre los que en el interior ven discurrir tranquila la vida doméstica, y los que en
               la calle la llevan activa y  afanada: delante de nosotros, detrás de nosotros, encima, debajo,
               en todas partes, balcones saledizos herméticamente -cerrados por medio de espesas celosías,
               que ocultan á la investigadora mirada del vecino ó del paseante cuanto ocurre detrás de
               ellos. A través de aquellas, posa sobre nosotros sus miradas más de una mujer árabe,
               por lo mismo que  el mashrebiyeh . (que este es  el nombre que llevan tales jaulas, hechas
               de  tablas ejecutadas según un rico modelo, y artísticamente labradas), sirve para orear
               las habitaciones de las mujeres, á las cuales permite ver sin ser vistas. El nombre de tales
               miradores, que constituyen una de  las más notables particularidades del Cairo antiguo,
               deriva del árabe sharah  1 beber, y se explica perfectamente, teniendo en cuenta que en las
                 i De shcu ab, cuya pronunciación es Ja catalana rea, xarob, (jarope, jarabe, cast.), de manera que tales palabras equivalen á bebida.
               Xarrup, cat.; sorbo, cast., tienen idéntico origen.— V.
   234   235   236   237   238   239   240   241   242   243   244