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226 EL CAIRO
olvidar jamás la época de su permanencia en el Cairo, juzgándola como tiempo pasado en
el país de los encantos y de las maravillas.
Pasear aquí al acaso, es lo mismo que encontrarse siempre con algo nuevo y desconocido:
contemplación, es sinónimo de goce: observar vale lo mismo que aprender. No hay quien
haya visitado el Cairo sin provecho, ni quien se haya separado de él sin pesar: las múltiples
variadas impresiones que en él recibe el viajero, viven durante largo tiempo en
y los
recuerdos que bullen en su mente, en tanto que en el fondo de su corazón siente un pesar,
una amargura, algo como nostalgia que le atrae hácia el Nilo, cual si fuera este un amigo
que con la mano hiciera ademan de llamarle. «Quien ha bebido una vez el agua del rio,
»dice el proverbio árabe, en tiempo alguno lo olvida: no se extravia impunemente el viajero
»en los frondosos bosques de palmeras.»
¿De dónde nace el atractivo, mejor aún la fascinación ejercida por esta ciudad, en el
ánimo del que en ella mora? Difícil es decirlo; porque aún fijándonos en lo que tiene de
más notable, dista mucho de reunir las condiciones que son menester para darle el título
de hermosa ciudad. La montaña sobre cuya falda se levanta, hállase desnuda de vegetación:
.comparada con las demás ciudades de Oriente, puede considerarse la más moderna: sólo
en una cosa es superior á cuantas conocemos, y ésta consiste en la diversidad de aspectos
que ofrece: en este punto no tiene rival; pues en el breve espacio de una corta caminata
es posible distinguir elementos numerosos de civilizaciones distintas, manifestaciones artís-
ticas completamente diversas, contrastes naturales que en parte alguna del mundo seria
posible encontrar. Y es que en el Cairo «se dan la mano las tres partes del mundo.»
Todavía no nos hemos sacudido el polvo de que ha cubierto nuestros vestidos el viento
del desierto al recorrer los grandiosos restos de la ciudad de los faraones, y nos encontramos
ya en medio de una calle espaciosa, cuidadosamente regada, que flanquean magníficas casas,
semejantes á las de las mejores ciudades de Europa; pero adelantamos algunos pasos, y
nos encontramos encajonados entre las elevadas paredes de una callejuela tortuosa y
sombría. Ni una ventana al través de cuyas diáfanas vidrieras puedan establecerse rela-
ciones entre los que en el interior ven discurrir tranquila la vida doméstica, y los que en
la calle la llevan activa y afanada: delante de nosotros, detrás de nosotros, encima, debajo,
en todas partes, balcones saledizos herméticamente -cerrados por medio de espesas celosías,
que ocultan á la investigadora mirada del vecino ó del paseante cuanto ocurre detrás de
ellos. A través de aquellas, posa sobre nosotros sus miradas más de una mujer árabe,
por lo mismo que el mashrebiyeh . (que este es el nombre que llevan tales jaulas, hechas
de tablas ejecutadas según un rico modelo, y artísticamente labradas), sirve para orear
las habitaciones de las mujeres, á las cuales permite ver sin ser vistas. El nombre de tales
miradores, que constituyen una de las más notables particularidades del Cairo antiguo,
deriva del árabe sharah 1 beber, y se explica perfectamente, teniendo en cuenta que en las
i De shcu ab, cuya pronunciación es Ja catalana rea, xarob, (jarope, jarabe, cast.), de manera que tales palabras equivalen á bebida.
Xarrup, cat.; sorbo, cast., tienen idéntico origen.— V.