Page 241 - Egipto Tomo 1
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228 EL CAIRO
su mísero carretón, ofrece á la venta su recio chamelote, al cual es punto menos que impo-
sible designar con un nombre especial. Una larga recua de camellos nos obliga á separarnos,
por lo mismo que cual una serie de lanchones arrastrados por un remolcador, marchan
atados uno á otro, conduciendo voluminosos fardos á la vía férrea, confundiéndose el agudo
silbido de la locomotora con el profundo ronquido de la paciente acémila. En los magníficos
jardines de Ezbekijeh, distinguimos la niñera negra de un rapazuelo. árabe , sentada al lado
del aya francesa de una niña rubia como unas candelas, en tanto que un barbilindo italiano
enciende su cigarrillo en la pipa de un hijo de la Nubia. Al través de las abiertas ventanas
CARRERA POR LA CIUDAD
de un salón lleno de marmóreas mesas, cuyas paredes cubren grandes espejos con marcos
dorados, llegan á nuestro oido las melodías de la música europea, que se ejecuta ante una
al propio tiempo os saca del arroba-
distinguida reunión de damas de la mejor sociedad, y
miento en que aquella os ha sumido, el retintín de las monedas de oro que jugadores
impenitentes ponen á la ruleta, en una pieza situada junto á la sala de conciertos. Desde
aquí pasais á una calle lateral á la cual caen los balcones y ventanas de un harem, y en ella,
mulatos que se
sentados sobre el duro suelo, distinguís un grupo de personajes negros y
regodean escuchando ante la puerta de un café, la gangosa narración de un' cantor popular;
pero esta cantilena simplicísima y monotóna nada grato dice á nuestro oído, y pasamos