Page 442 - Egipto Tomo 1
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EL CAIRO                    359
             gallardo alminar, y en los encantos de su puerta de entrada
             como pocas original.  Sírvele de vestíbulo una vasta  sala,
             circundada por almenado muro, que á semejanza de lo que
             acontecía con los aposentos análogos de las demás mezquitas
             durante  la dominación de  los sultanes anteriores,  parece
             haberse destinado desde  el tiempo de Kait—bey para las re-
             cepciones solemnes de personajes de  alto rango, para dar
             audiencias en las grandes festividades y para dispensar desde
             ella la justicia. A ambos lados de la puerta corre un banco
             de piedra sobre  el cual se extendian muelles tapices, y en
             ellos tomaban asiento los altos dignatarios del Estado. En el
             fondo veíase erigido el trono del sultán, sobre un estrado al
             cual conducían diferentes gradas que guardaban dos hileras
                                   de mamelucos provistos de
                                   relucientes armas. La dis-
                                   posición arquitectónica del
                                   conjunto, recuerda la de la
                                   mezquita de Hasan: un de-
                                   talle debe notarse sin em-
                                   bargo  , que no  existe en
                                   aquella , y que consiste en
                                   una linterna de madera
                                   que cubría el patio central,
             ADORNOS ANGULARES DE LA MEZQUITA SEPULCRAL  al través de cuyos ingenio-
                     DE KAIT—BEY
                                   sos calados penetraba en
             el interior una luz tenue y suave y  un aire puro y  embalsa-
             mado. Desgraciadamente se vino al suelo hace algunos años;
             mas aún careciendo de tan bello remate, es tal la impresión
             de perfecta armonía resultante de la bien hallada proporción
             de las cámaras interiores, que la mezquita que nos ocupa
             viene á ser uno de esos sitios singularmente agradables, que
             no basta con examinar una vez sola, sino que se visitan con
             el mayor placer dos y tres y más veces, impulsados por  el
             deseo de contemplar la forma elegante de sus arcos y de sus
             bóvedas, la suavidad de sus líneas  , lo elegante y  fantástico de
             una ornamentación simplicísima, sin relieves, y que con estar
             reducida á superficies planas cautiva poderosamente al obser-
             vador. A pesar de lo dicho pocas veces se ve á un fiel arro-
                                               si por
             dillado sobre el marmóreo pavimento de la mezquita :
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