Page 476 - Egipto Tomo 1
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394                     EL CAIRO
                   En ninguna parte puede apreciarse mejor el culto que profesan los cairotas á los sepulcros
                 que en el Karafeh, que es, sin duda alguna, el más vasto de los cementerios orientales, con la
                 circunstancia de que pueden observarse en las ceremonias que en el mismo se practican por
                 los musulmanes del valle del Nilo, vestigios y  reminiscencias de  la religión egipcia del
                 tiempo de los faraones. Algo de esto hemos visto describiendo en otro capítulo las ceremo-
                 nias que tienen lugar en Tantah, con motivo de las fiestas del santón Achmed el-Beduí; y
                 después, hablando de las que se celebran cuando el crecimiento de las aguas del Nilo. Pues
                 bien, todavía recuerda más dichas reminiscencias de tradiciones egipcias, la creencia, propia
                 exclusivamente del Cairo, y no admitida en parte alguna del Oriente islamítico, de que detrás
                 de las habitaciones de los vivos, se extiende interminable la morada de la muerte y del reposo
                 formada de sepulcros y mausoleos. Recorriendo  la necrópolis de Memphis, hemos tenido
                 ocasión de demostrar que, en tiempo de los faraones, dichos recintos se emplazaban al oeste
                 de las ciudades en virtud de principios que tenían su fundamento en la religión y en  la-
                 mitología; y por consiguiente acaso se deba á una causa fortuita el que la necrópolis del Cairo
                 musulmán forme una extensa línea de sepulcros, agrupados como otras tantas aldeas, en la
                 parte oriental, en  el último término de la ciudad y  apoyada en las pendientes inferiores del
                 Mokkatam. En dicho punto, á derecha é izquierda de la cindadela, elévanse las magníficas
                 cúpulas de que tenemos hecha mención, habiéndonos ocupado en la descripción de las más
                 bellas al narrar la vida de sus respectivos fundadores; y  al pié de los mausoleos de los
                 grandes, se extienden luengas hileras de innumerables tumbas, más modestas, que consisten
                 en una sencilla piedra ó en una pequeña cubba simplemente jalbegada. En el dialecto árabe
                 usado por los egipcios, el cementerio se distingue con el nombre de karafeh; pero éste, en su
                 origen sólo se aplicaba á las partes que se extendian al pié de los sepulcros pertenecientes á
                 los califas v á los mamelucos. El karafeh de que hablamos, constituye hace muchos siglos el
                 cementerio de los musulmanes cairotas, siendo lugar de peregrinación, no sólo por parte de
                 los indígenas devotos, sino también por los extranjeros que se dirigen al Cairo con objeto de
                 visitar los sepulcros de los santones y de los hombres piadosos, y de orar fervorosamente
                 i unto á los mismos.  El pueblo generalmente visita el Karafeh los viernes, ántes de la puesta
                 del sol. v además en determinados dias ó festividades, entre otras la llamada El—Id. En
                 semejantes ocasiones una muchedumbre inmensa compuesta de hombres, mujeres y niños
                 cubre materialmente las vias que conducen á los cementerios, y á la paz que reina casi
                 siempre en la mansión de los muertos, sustituyen el ruido y la animación: deposítanse sobre
                 las tumbas ramas de palmera; distribúyense dátiles  , pan y limosnas en dinero á los pobres, y
                 se rezan largas plegarias invocando los manes de  los que  allí reposan. En presencia de
                 semejante espectáculo podemos preguntarnos: ¿nos hallamos ante un pueblo musulmán, que
                 profesa la creencia en un solo Dios  , ó en medio de una población que practica el culto á los
                 antepasados? Ante el espectáculo que se ofrece á nuestras miradas se explica perfectamente
                 que los vehhabitas, aquellos musulmanes reformados de la Arabia y de la India, descargaran
                 su fanatismo sobre las tumbas de los santones, destruyendo hasta sus cimientos todas aquellas
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